por zuvik el Mar Mar 24, 2009 1:31 am
Buenas noches caballeros, no se preocupen, cuando se ha tenido que tratar con salvajes durante tantos años de servicio siempre se agradececen estas típicas muestras de hospitalidad británica.
Me alegro de haberme decidido a visitarle Dr Willoughby y coincidir así con tan nutrido grupo de hombres de mundo, ¿significa acaso que iban a disponerse a cenar? Por que si ese olor a pescado cocido con mantequilla que proviene de la cocina hace honor a su sabor estaría encantado de probarlo y unirme a ustedes.
Oh, nada mejor que los sabores de la vieja inglaterra... me preguntaba por si los achaques de mi pierna tienen algo que ver con mi estancia en Calcuta ¿verdad doctor? No, en realidad. Esta molestia ya me acompaña desde hace más de treinta años cuando un derviche casi me la cercena en las llanura de Saccara, pero esos barbaros pagaron cara su ofensa a la corona y ese incidente sirvió para que conociese al más insigne y leal siervo de su majestad: El General, el General Kitchener me refiero, lastima que el imperio ya no tengan hombres como él, la guerra hubiese durado mucho menos si hubiesen tenido en cuenta sus consejos.
Pero me estoy desviando doctor, usted me preguntaba por Calcuta y un extraño templo, creo que leí algo en los diarios a los pocos días de mi llegada a antes de las lluvias la expedición Peahen o Peacock ¿no?. Si he de serles sincero prefiero no estar muy atento a ese tipo de descubrimientos sobre templos y cultos, cuando pasas la noche escuchando los gritos de esos demonios del desierto lo único que te interesa es cuando podremos por fin civilizarlos y borras esas aberraciones de la faz de la tierra. Además pretendía hacer mi estancia en Calcuta lo más corta posible y no me preocupé mucho por las noticias locales.
Pero permitanme que les cuente las razones de mi estancia en Calcuta y lo que alli me ocurrió y me ha traido hasta aquí.
Estaba alli haciendo un favor a la convaleciente viuda de El General. Al parecer, un ahijado suyo vivía alli desde hacia un par de años, o eso creían, y la familia habia decidido que ya era hora de que volviese a casa y sentase la cabeza. El chico era un bala perdida fascinado por el arte que se dedicaba escribir poemas y recoger historias por todo el mundo dilapidando las rentas heredadas de sus padres, él, sí que se interesaba por esos culto y templos del demonio como podrán comprobar.
Así que llegue a Calcuta en plena estación seca y me dedique a visitar todos los locales y hoteles de la ciudad durante un par de semanas sin encontar ni rastro del chico, iba mostrando su foto barrio a barrio y en un par de ocasiones creí dar con él pero resultaron ser simplemente una buena cantidad de libras malgastadas, así es como conocí al joven bacha que ha ido a alimentar a su mascota.
Tras la última pista fallida me decidí a retirarme a mi hotel y darme por vencido, si el condenado muchacho no quería aparecer pues peor para él ya volvería cuando no le quedase ni un penique.
Pero una vieja aliada acudió en mi ayuda, eran más de las 2, empezaba a conciliar el sueño a pesar del pegajoso calor, escuchando a los mosquitos zumbar cuando, de improviso, mi pierna empezo a latir como si un rayo la hubiese partido, más de dos semanas recorriendo los laberintos de Calcuta habían sido demasiado para ella y ahora exigía su precio. Ni cuando ese maltido egipcio clavó la hoja hasta el hueso me había dolido tanto, comenze a gritar pidiendo un médico y solo conseguí que el mozo me trajera un bebedizo de dormidera que no sirvió más que para que me entrasen ganas de vomitar y la cabeza me diese vueltas.
Aguanté una hora más acurrucado, apretando los dientes y sujetando la rodilla con ambas manos. Entonces ya no pude más, empapado en sudor, mareado por la dormidera y rezando por que lo que fuera me arrancase de aquella tortura, me puse la camisa y salí a la calle.
En mis noches de busqueda habia visitado varios antros donde los indios se dedicaban a fumar hierbas y mascar semillas y varias veces me habían ofrecido alguna de esas recetas. En mi delirio, y acosado por el dolor, llegué a resolución de que debía encontar uno de esos lugares y conseguir lo más fuerte que me pudieran proporcionar. Cualquier cosa que me arrancase de aquella agonia.
Cojeando, comenzé a deambular por los callejones, sin rumbo fijo. Me asombra no haber sido atacado por algun criminal o ladrón pero supongo que mi apariencia: medio desnudo, la cara retorcida por el dolor y la mirada perdida por el delirio me asemejaban más a un espíritu endemoniado que a una posible víctima.
No se cuanto tiempo caminé totalmente desorientado agrrandome a las esquinas, acosado por visiones de pesadilla expoleadas por el dolor, que no habia cedido ni un apice si no que se había extendido a toda la pierna y la habia convertido en un tronco rigido y palpitante que estallaba cada vez que rozaba el suelo.
Extenuado, sin fuerzas ni para dar un paso más y con los dedos agarrotados de apretarme la rodilla me deje caer en junto a una puerta.
Al borde de la inconsciencia mascullando frases sin sentido levante la cabeza y allí estaban, como dos estrellas grises, los ojos de un anciano mirandome fijamente. Reuní la poca capacidad de raciocinio que me quedaba y le dije: Va...id..ya, Vaid..ya, ( que es como ellos llaman a los médicos ) mi voz sonó seca y ronca como la de un cuervo. Y el viejo comenzó a alejarse asustado.
Yo, deseperado, comenzé a rebuscar entre mis ropas, viendo en aquel hombre mi única salvación, e intente gritar de nuevo pero de mi garganta destrozada y reseca solo salió un graznido...
Afortunadamente las rupias que a la vez arrojé si que frenarón su huida y tras acercarse a recogerlas se apiadó de mi y me ayudo a levantarme. Tras dar lo que a mi me parecieron mil vueltas me vi en una habitación de techo bajo iluminada por una pequeña lampara de aceite y rodeado de harapientas figuras que se aferraban a unas cazuelas de barro que de las que aspiraban un espeso vapor. El olor que lo inundaba todo era mareante y no pude evitar vomitar en una esquina lo que a ninguno de los presentes pareció importarle.
Tras la cortina, que servía de pequeña puerta, pronto apareció mi salvador ofreciendome un pequeño vaso de madera en las que flotaban medio maceradas algunas semillas. Sin nada que perder, pues el dolor parecia volver junto con mi consciencia, me lo bebí de un trago y su sabor no resulto ser tan desagradable como esperaba. Pronto el dolor comenzo a remitir.
La cortina se corrio y entró una joven india con el rostro cubierto hasta los ojos, vestida de lo que en un tiempo debieron ser telas de colores pero que ahora estaban ennegrecidas por el moho, la humedad y el humo maloliente. Era menuda y caminaba con la cabeza erguida y los hombres de la habitación se apartaban a su paso. Salvo uno de ellos que se tiró a sus pies y comenzo a balbucear, suplicando algo en una pervertrida mezcla de inglés y algun ancestral dialecto local. Ella, despreciandole, le empujó con el pie y él cayo hacia atras desvelandose lo que jamás hubiese esperado en aquella situacion.
Alli estabá, el joven Kitchener, apenas si pude reconocerlo sus ojos estban hunddidos como dos fosas negras, su cara pálida e hinchada y tenía la boca y la nariz rodeada de unas ampollas negruzcas y con restos de sangre seca. Pero era él sin duda, habia pasado más de dos semanas buscando esa cara día y noche y no podía equivocarme.
Yo observaba la escena paralizado sin saber que hacer y apenas con fuerzas para decir nada. La mujer le miró altiva y le espetó algo en un tono despectivo. La faz de Kitchener se lleno de colera y saltó sobré ella como un perro rabioso arrancandole un colgante que ella llevaba en el cuello.
La india, con una fuerza imposible para su complexión, lo lanzó contra la pared y sacó un cuchillo de entre su ropa. Lo acercó al cuello del joven y comenzó a susurrarlr unas palabras. El gesto de colera del muchacho fue tornandose en horror a la vez que retrocedia hacia la cortina. Mientras la india, pausadamente, se preparaba para asestarle una puñalada.
Les juro que miles de pensamientos pasaron por mi cabeza en esos segundos pero una imagen se impuso la de El General, ayudandome a levantarme tras ensartar al derviche que había estado a punto de arrancarme la pierna. Por él saque fuerzas de donde no las había y agarrando la lámpara de aceite la lance contra la mujer, que comenzó a arder como una tea, y agarrando al joven Kitchener cruze la cortina y corrí como si el diablo me persiguiera.
Atravese cientos de patios y callejuelas iluminados por la tenue luz del amanecer sin tener ni idea de donde estaba o hacía donde iba. Kitchener, al llegar al aire fresco de la calle ,pareció recobrarse en parte y tiró de mi durante una media hora más de carrera hasta que llegamos a lo que debía ser el lugar donde dormía.
Era una una especie de palomar en el último piso de un edificio ruinoso de tres plantas. Yó me dejer caer sobre el camastro y lo último que vi fue como él manoseaba nervioso el colgante que le había arrebatado a la india.
Desperté con el sol ya en lo alto y creyendo que todo había sido una pesadilla. La realidad me confirmó que no era así. A mi lado con los brazos a los lados del cuerpo, la mirada perdida y la boca ennegrecida estaba Kitchener. En su mano estaba el colgante con una tapa lateral abierta y en su interior restos del lodo negro que le rodeaba la boca a Kitchener.
No perdí ni un minuto, recogí todo lo que pude de la habitación de Kitchener lo meti en una manta y cargue el fardo y a Kitchener. Pedí un coche y me dirigí al cuartel de la guarnición del ejercito de su majestad.
Hice que lo viera un médico y relate al capitán lo que había sucedido la noche anterior. El médico dijo que el joven Kitchener sufría algún tipo de catatonia producida aparentemente por un toxico. Le mostre el lodo del colgante que Kitchener había inhalado y el médico tras los primeros análisis reconocio que no sabía de que se trataba.
El capitán por su parte me comunicó que trataría de averiguar lo sucedido y localizar el cubíl donde había sido llevado la noche anterior, desgraciadamente yo era incapaz de indicarle ni siquiera en que calle o barrio se encontraba.
Dos días despues, en los que Kitchener no mostró ninguna mejoría, el médico me recomendó que lo mejor sería traerlo de vuelta a Inglaterra y hablar con usted, segun él, una autoridad en este tipo de casos y sustancias tóxicas.
Así que aquí estoy: de la mujer india no se sabe nada, Kitchener está ingresado en el sanatorio de Wet Park sin signos de cambio y aqui estoy yo con las pertenencias de Kitchener en este maletín para rogarle que usted doctor, o cualquiera de estos caballeros, me ayude a curarle o apresar a los responsables de la lamentable situación del ahijado de El General.
Siento haberme extendido tanto en mi relato me parecia conveniente que conociese todos los detalles.
Por cierto, ¿Puede pasarme un poco más de salsa, por favor? Esto está delicioso ¿Qué es?
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