Ártemis, por Ricardo Meyer

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Ártemis, por Ricardo Meyer

Notapor Rosenmaurer el Sab Feb 10, 2024 5:41 pm

“En los arcanos tomos de los jardines de los senderos que se bifurcan, susurran los sabios escribas y los ancianos decrépitos de los tiempos de Salomón y sus concubinas, que la pluma blasfema duerme sepultada en los oráculos de la Antigua Anatolia. Sus secretos, tan arcanos como insondables, constituyen un mal que acecha a todos los seres y, de alguna manera, siempre logra resurgir. En esta era contemporánea, solo se recuerda a una figura de origen y procedencia dudosa, cuyos rasgos evocan a aquellos seres de piel oscura de épocas inmemoriales. Esta figura, al igual que la pluma, está muerta, pero en vida, sus sueños se convierten en rodajas de veneno para aquellos conocedores del secreto de Amn Ho. ¡Oh, pero que Dios tenga piedad de mí sí estoy pecando al escribir esto! Creo que es un instinto natural aferrarse a algo en tiempos de crisis moral.

La pluma blasfema, que casi despierta de su sepulcro, trazó mi nombre con tinta obsidiana del Hombre Negro y borró mi nombre del Libro de la Vida. El sabio sabrá ignorar estas palabras, el intrépido las interpretará, y el más insensato de todos los hombres encontrará su liberación”.


* * *

Cuando partí de Buenos Aires rumbo a las tierras de Misiones, imbuido por todo cuanto había logrado aprender de aquellos devotos de la pluma blasfema, fue inevitable que los temblores de la niñez se apoderaran de mi ser. Mis ojos habían absorbido las palabras prohibidas del Necronomicón, esa antigua y siniestra obra, la edición del siglo XVII que yacía en la oscuridad vetusta de la Universidad de Buenos Aires. No encontré dificultad alguna en obtener el permiso necesario para revisarlo; después de todo, mi nombre había sido ilustre en los círculos académicos de la época. En mi mente, retumbaba incesante el siguiente pasaje:

"Los hombres conocen con el nombre de Morador de la Oscuridad al hermano de los Primordiales llamado Nyogtha, la Entidad que no debiera existir. Puede ser traído a la superficie de la Tierra a través de ciertas cavernas y fisuras secretas, y los hechiceros le han visto en Siria, y bajo la torre negra de Leng; ha ido al Thang Grotto de Tartaria para sembrar el terror y la destrucción entre los pabellones del Gran Khan. Sólo por la cruz ansada, por el conjuro de Vach-Viraj y por el elixir Tikkoun, puede ser devuelto a las tenebrosas cavernas de oculta impureza donde mora."

No comprendía el significado, ¿acaso es posible siquiera escudriñar las profundidades de ese tomo maldito? Esa blasfema obra tan solo condenaba a almas como la mía a una espiral de especulación en torno a lo incomprensible. Pero era imperativo estudiarla, necesario para arrojar luz sobre los oscuros designios del culto que me había obsesionado.

Una vez en Posadas, impulsado por una curiosidad fanática que me dominaba por completo, no titubeé en encaminarme hacia el siniestro lugar de congregación del culto. Ni siquiera me concedí el lujo de buscar un alojamiento adecuado; mi determinación era inquebrantable y, sin lugar a dudas, el Necronomicón había ejercido su misteriosa influencia sobre mi mente.

La sede del culto se escondía a la vista de todos, un sarcástico desafío a la decencia común de la población local. Al llegar, fui recibido por Leonidas Kolmaniatis con la misma sonrisa falsa y perturbadora que caracteriza a los sectarios; no obstante, mi experiencia previa con individuos de su calaña me había preparado para tal encuentro. Sin dilación, le expresé mis inquietudes, a lo que él respondió con una aparente tranquilidad. Tras un breve intercambio, me dejó solo en la sala, argumentando tener asuntos que atender con su secretaria. Fue entonces cuando mis ojos cayeron sobre una serie de tomos que yacían en un rincón. Entre ellos, destacaban una copia manuscrita del Necronomicón del siglo XVII, idéntica a la que reposaba en Buenos Aires, el infame De Vermis Mysteriis, El Libro de Babalon y el Occulta Cogitatonium Liber, aquella edición de tapa blanda de manufactura barata que había sido impresa en Chile a mediados del siglo XX. Mis sospechas se tornaron más intensas mientras observaba esos tesoros prohibidos.

Continué explorando el lugar con un escalofrío que recorría mi espalda. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en una estatuilla que jamás habría imaginado encontrar allí. Adornada con lo que parecían ser corales retorcidos, era una miniatura de la Artemisa de Éfeso, tal y como la describían en las sagradas escrituras del Templo que había visitado el Apóstol Pablo. Sin embargo, esta representación estaba imbuida de una esencia macabra y perturbadora. Sus múltiples pechos, o lo que sea que aquellas protuberancias fueran, me atraían y, al mismo tiempo, me condenaban con una fascinación perversa que no podía comprender del todo.

Cuando finalmente Leonidas regresó, el tiempo había transcurrido sin piedad, dejándome perdido en un trance que me sumergía en la contemplación de la estatua de Artemisa. Cada detalle de la virgen que, según las leyendas, había descendido del cielo, parecía palpitar ante mis dedos. Su esplendor, su divinidad, todo se me revelaba de manera inquietante. Sin embargo, este contacto con lo profano me llenó de un abrumador sentimiento de culpa, pues había llegado hasta allí con la misión de erradicar a los seguidores de la pluma blasfema.

Leonidas me encontró sumido en lágrimas, sosteniendo el Necronomicón en mis temblorosas manos. Me miró con una mirada que transmitía un insondable conocimiento y pronunció palabras que me estremecieron hasta lo más profundo de mi ser:

"Tranquilízate. Tu nombre aún permanecerá en el Libro de la Vida, inalterado en su esencia, sin ser borrado ni añadido al temible libro negro, porque El Oscuro, mi Señor y escribano lo ha dictado."

Hoy en día, me atormenta el remordimiento por cada una de las acciones que emprendí en nombre de dioses ajenos. Ahora comprendo que Artemisa es quien guiará mi senda y que, si logramos resucitar y alzar desde su sepultura a la pluma blasfema, podremos purificar este mundo de la maldad que lo aqueja. Mi papel en el culto carece de relevancia, pero tengo el conocimiento de que, cuando la pluma blasfema despierte de su tumba y con la tinta que hemos recuperado borremos sus nombres del Libro de la Vida, el libro negro obtendrá un poder inmenso y, por fin, llegará el día en que la propia Muerte pueda morir.

FIN

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