Arranalde, 29 octubre, 1922
Querido amigo:
Escribo estas líneas, con la esperanza de que tú, o alguien pueda algún día leerlas. Lo hago desde la soledad de mi terraza, con la vista impresionante del mar Cantábrico y el Golfo de Biscaya frente a mi. Los últimos rayos del sol del día bañan la playa y el cargadero de mineral por el que circula una pequeña locomotora con sus vagones de hierro.
Un pesquero convertido en gabarra espera su carga para zarpar hacia Inglaterra.
Hace un año que volví a mi tierra natal, después de haber estado vagando por diferentes lugares en los que he vivido con la esperanza de buscar algo que llenara mi vacío interior, cosa que ni el Mar Mediterráneo ni el sol andaluz consiguieron en su momento.
La llamada del mar norteño, era profunda, y me arrastraba a vivir en su orilla. Qué sería de mi sin poder atravesar estos bosques plagados de historias y de leyendas, con sus cuevas milenarias, donde se dice que habitaba la mayor de las brujerías conocida por el hombre en los últimos 300 años, y que, si me lo permiten, quien sabe si todavía no ha muerto. Magia que atravesaba las montañas cuando se lo proponía, y para la cual cruzar el cielo era una proeza, si cabe de lo mas habitual.
Perdóneme estimado lector que divague, puesto que el propósito de esta carta es no otro que el placer de escribir, y transmitirle mi apasionamiento por la tierra fantástica en la que finalmente me he asentado. Tengo ante mí la maravilla de un pueblo pescador, de piedra, con su iglesia medieval, y su torre-faro, fortaleza misteriosa y mística que ha conocido guerras y asedios.
Afortunadamente, mis ocupaciones actuales, el estudio de la mecánica y de la física , y el dinero que he podido ahorrar después de un año entero de trabajo me permiten largos ratos de reflexión y de contemplar el mar…
Es curioso, como a medida que va avanzando la tarde, y el corto dia otoñal va dejando paso a un atardecer se levanta una bruma y una neblina que hace que la línea del horizonte se desdibuje y la tonalidad del cielo se mezcle con la del mar, creando una puerta a la imaginación y a la fantasía.
Ayer mismo caminé por los acantilados que hay hacia el Noroeste , que siguiéndolos llevan hacia el Cementerio Nuevo, construido en el siglo XIX para poder albergar los despojos de la epidemia de peste, que asoló la ciudad, dado que el antiguo, el que había entre la Iglesia de Santa María y el Faro de San Telmo quedó pequeño…
Querido amigo, ahora solo tengo la compañía de las gaviotas y del mar, y de la lámpara de aceite que he tenido que encender para poder seguir escribiendo.
Ha sido un placer escribirte estas líneas, espero poder recibir noticias tuyas, y deseo que pases una feliz noche de Difuntos junto a tus seres queridos.
P.D..- En mi próxima misiva, te adjuntare unas fotografías de la iglesia y del faro…
Siempre tuyo:
Jon Martikorena