Categoría:Los rituales de la Orden

De Wiki Cthulhu juego de Rol

Tabla de contenidos

Descripción

Es el primer ciclo de LCG en el que aparecen expansión la facción Orden del Crepúsculo de Plata (LCG). Se compone de 6 Asylums Packs, en los que no habrá cartas neutrales para poder dar mayor protagonismo a la nueva facción.

Historia

Parte 1 - El velo del conocimiento

Lucy Jennings se examinó en el espejo de su dormitorio. Semanas atrás, cuando salió de su hogar en Nueva York para pasar el verano con unos amigos de la familia, los Treamaine, había guardado en su maleta aquel vestido moderadamente escandaloso con la esperanza de que algún evento como la fiesta de alta sociedad a la que había sido invitada se abriera paso en su agenda social.

Se recolocó un mechón de pelo y sonrió a su reflejo. Por lo menos aquel verano pasaría algo interesante en Arkham

* * *

Lucy y su amiga Sally Tremaine fueron recibidas en la puerta de la mansión Garfield por un escuadrón de criados. Uno de ellos recogió sus invitaciones, otros sus chales. Pasaron bajo la arcada que conducía al gran salón de baie, donde la fiesta se encontraba en pleno apogeo.

Un joven muy elegante se apartó de la concurrencia para saludarlas cuando entraron en el salón.

-Señorita Jennings, me alegro mucho de que haya podido venir-dijo tomando su mano entre las suyas y rozando sus nudillos con los labios. Lucy se ruborizó. -Ésta es mi amiga Sally Tremaine -le informó Lucy-. Sally, te presento al señor Dar. -¿El concejal Dart?-preguntó Sally impresionada -Es un placer conocerla-respondió Dart.

El joven tomó a Lucy del brazo y la condujo al torbellino de aristócratas que completaban la lista de invitados.

Aunque no se veía por ninguna parte a Jeb Garfield, el anciano vástago de la ilustra familia, entre los asistentes había numerosos grupos de caballeros ilustres, gente de rancio abolengo compartiendo puros y bebiendo coñac en copas de vidrio emplomado que tintineaban contra sus ornamentados anillos, elevando un coro de privilegios y opulencia.

Los oídos de Lucy captaron sugerentes fragmentos de chismorreos mientras Dart la paseaba por la habitación.

-... es su tipo, ¿no te parece? -... para el distinguido profesor que nos visitará la próxima semana... -...huelga decir que no podrá permitírselo sin nuestra ayuda...

Lucy no supo qué pensar de la pareja de invitados árabes de extraño atuendo, ni del africano vestido de esmoquin que elogiaba su belleza a través de un servicial intérprete.

Un médico de Vermont reconoció el apellido de Lucy (su padre era el dueño de una prestigiosa cadena de comercios). Eran nuevos ricos, pero ricos al fin y al cabo.

Una vez concluidas las formalidades (Dart le había presentado a tanta gente que no sabría decir si transcurrieron cinco minutos o una hora), Lucy y Sally se encontraron en el extremo del salón. El concejal había sido requerido por un par de ancianos del Ayuntamiento de Arkham para discutir un asunto.

Lucy sacó a su amiga de la sala para buscar un sitio donde tomar el aire. Al pasar junto a una puerta abierta, Lucy asomó la cabeza y vio una biblioteca inmensa, con tres pisos de estanterías repletas de libros y una cúpula muy elevada. Tenía escaleras rodantes, sillones de cuero marrón y un penetrante olor a tabaco de pipa. Aquello fascinó a Lucy, que siempre había sido una amante de los libros.

-¡Lucy!-bufó Sally, Lucy la mandó callar con un gesto y entró en la biblioteca-. ¡Lucy, que no nos han invitado! -Pues vuélvete-dijo Lucy, poco dispuesta a prestarle la más mínima atención a su medrosa amiga

Pasó la mano por los lomos de antiguos volúmenes dorados, ojeando los títulos conforme pasaba, asimilando el tamaño de aquella colección.

Historias, leyendas, estudios mitológicos...

Creyó oír voces de hombres cultos discutiendo entre susurros, pero cuando miró no vio a nadie. Al darse la vuelta se percató de que Sally había desaparecido.

Saber popular, astronomía, religiones arcaicas... Le dio la impresión de que oscurecía a medida que exploraba las hileras de libros, pero lo achacó al efecto de la luz en las estanterías.

Brujería, ritos paganos, magia ritual....

Lucy cogió un tomo titulado Preceptos esotéricos de la Orden de la Llave de Plata. En la cubierta había grabado un glifo con forma de llave. Quitó de un soplido la capa de polvo que lo cubría y lo abrió y...

* * *

Lucy despertó sobresaltada; aún llevaba puesto el mismo vestido de la noche anterior, y a la luz de la mañana entraba a raudales por la ventana del dormitorio que ocupaba en la finca de los Tremaine. No tenía ni la más remota idea de cómo había regresado.

Pestañeó. El vago recuerdo de una conversación pasó fugaz por su mente. Alcanzó a oír su propia voz y la del señor Dart.

-Las bibliotecas pueden ser lugares muy peligrosos-le había dicho Dart guiándole un ojo. -Según tengo entendido, el conocimiento es la moneda más valiosa de todas-respondió Lucy. -Ah, pero el conocimiento es un arma de doble filo -la atajó Dart-. Hay cosas que nadie debería conocer.

Lucy se incorporó bruscamente. Se había olvidado de Sally.

Bajó corriendo las escaleras y encontró a su amiga tomando té y riendo alegremente algún chiste de la página de pasatiempos del periódico. No pareció reparar en el vestido de Lucy ni en el estado en que se encontraba su peinado.

-Ayer me divertí muchísimo, querida-dijo entusiasmada-. El baile, la música... todo fue maravilloso. Y el señor Dart... -añadió Sally con un guió travieso-. Gracias por llevarme contigo.

Lucy frunció el ceño. No recordaba baile ni música alguna.

¿Qué había ocurrido?

Parte 2 - Iniciada en la Orden

La pesada túnica ritual cubría la piel desnuda de Lucy. Los demás miembros, ataviados del mismo modo, formaron un círculo en torno a ella mientras entonaban un cántico en lo que parecía ser latín. Tan sólo veía a unos pocos cada vez, ya que la capucha limitaba su campo visual

* * *
NO HABLES DEL NEGOCIO FAMILIAR STOP

GENTE MUY RARA PREGUNTA POR TI STOP

ESPERO QUE DISFRUTES EL VERANO

El telegrama era del hermano mayor de Lucy. Incluso podía oír el tono condescendiente de su voz y la poca sinceridad con la que le desea un feliz verano.

Le llegó una semana después de la fiesta. Lucy aún seguía sin comprender el extraño final de aquel evento, pero en Arkham había tanta gente recordándole lo bien que lo había pasado que al final casi acabó aceptándolo.

Casi.

* * *

Lucy se topó con el señor Dart en Arkham el día después de haber recibido el telegrama; y se topó literalmente, pues se dieron de bruces cuando el concejal abandonaba la barbería, aún impregnado de sus coriáceos aromas.

-¡Santo cielo!-dijo el procurando sujetarla para que no se cayera -. Qué torpeza la mía.

Lucy se rió, un tanto aturdida. Ambos se quedaron allí parados sin decir anda, y ella sintió la necesidad de llenar ese silencio.

-Me lo pasé estupendamente en la fiesta -dijo, aunque fue todo dan desenfrenado que apenas recuerdo anda de lo que pasó. -Le sorprendería saber cuántas de las veladas de Garfield acaban así -contestó él, sonriendo. Pero luego su rostro se ensombreció y la alejó de la puerta, hacia la hacera-. Y hablando del señor Garfield, señorita Jennings él y algunos de los demás se preguntaban si podrían volver a verla.

* * *

Lucy condujo el coche de los Tremaine por las carreteras comarcales que llevaban a a la hacienda del señor Garfiled. Estaba muy preocupada.

Presentarse en aquella casa por su cuenta resultaba totalmente indecoroso, pero Dart había sido muy explicito. Y en cualquier caso, el anciano Garfield no tenía ningún interés romántico en ella. Aquel hombre era un pilar de la comunidad, ¡Y tenía casi ochenta años!. ¿Pero quiénes serían "los demás"? Ni siquiera se le había ocurrido preguntar.

Lucy abrigaba la esperanza de ver allí al menos al señor Dart.

* * *

En el salón de baile la esperaba una cohorte de hombres de semblante adusto y algunas mujeres, con Garfield en el centro. Lucy vio al señor Dart entre ellos, pero la cálida sonrisa que le resultaba tan familiar ya no iluminaba su rostro.

Lucy redujo la marcha, amedrentada por tan ominosa reunión, y sus labios perdieron la sonrisa de confianza que había esbozado en la entrada.

-Bienvenida, señorita Jennings -la saludo Garfield-. Nos alegra que haya venido.

* * *

El cántico llegó a su fin, y dos de las figuras encapuchadas que la rodeaban dieron un paso al frente.

La primera, una figura encorbada de pelo cano que Lucy creyó reconocer como Garfield, cogió un tomo muy gastado de un atril. La otra metió la mano entre los pliegues de su túnica y extrajo una daga de aspecto temible, con una hoja curva que destellaba y relucía bajo la titilante luz de la única antorcha que iluminaba la habitación

Lucy ahogó un grito cuando los dos se aproximaron a ella y reconoció los rasgos del señor Dart bajo la capucha de la segunda figura.

* * *

-Somos un grupo muy especial -dijo Garfield-. Una antigua sociedad extremadamente selecta. Nuestro propósito es acumular conocimientos y la autoridad que estos confieren. Tiene ante usted a la logia de Arkham de la Orden del Crepúsculo de Plata.

Lucy no se había dado cuenta de lo bajo que hablaba el señor Garfield hasta que Dart rompió la quietud con su estruendosa voz.

-Será usted un recurso muy valioso para nuestra organización, Lucinda Church Jennings.

* * *

Dart levantó la daga.

Lucy retrocedió, pero cuando la agarraron por los brajos descubrió que dos de los hombres del círculo se le habían acercado por detrás. La daga descendió a una velocidad dolorosamente lenta, con la punta en dirección hacia su pecho...

... Dart se limitó a apoyar el plano de la hoja contra la parte frontal de su túnica, y extendió la otra mano para trazar un hilo de sangre imaginario sobre su estómago. Aun a través de la túnica, Lucy se estremeció al sentir su contacto.

Garfield dio un paso al frente y tocó el pecho de Lucy con el libro.

-Por obra de la Orden se ha puesto fin a tu antigua vida, y por el poder de la Orden has renacido a la nueva. En tus manos depositamos la afilada hoja de su supremacía.

Los hombres que tenían agarrada a Lucy la soltaron, y todo el grupo exclamó otra frase más en aquella extraña lengua. Lucy dio un respingo cuando, a modo de respuesta, estalló un relámpago en el exterior.

El señor Dart se retiró la capucha, y Lucy vio que volvía a sonreír.

-Bienvenida a la Orden, Lucy. Es un honor informarle de que a partir de ahora yo seré su mentor. -Estoy deseando... -no sabía bien que decir, ignoraba qué era lo apropiado, qué se esperaba de ella. finalmente acabó la frase-... cumplir con mi cometido. -Bueno es saberlo -dijo Dart-. Porque le tenemos reservada una tarea muy importante.

Parte 3 - Las obsesiones del profesor Cooke

Lucy estaba sentada en el pequeño auditorio de la Universidad de Miskatonic, atestado de estudiantes absortos y lugareños interesados. Frente a ellos un académico invitado, el profesor Cooke, exponía con meticulosa objetividad la celebración del perverso ritual aborigen que había presenciado en una lejana isla de las Filipinas. Según el grueso y algo sudoroso erudito, el propósito del ritual era apaciguar a una siniestra deidad que los nativos creían custodia de conocimientos arcanos.

Lucy sonrió y aplaudió junto al resto de la audiencia cuando el profesor concluyó su relato. Había sido una exposición impecable, pero su trabajo no había hecho más que comenzar.

* * *

A la fiesta de recepción que siguió a la exposición asistieron universitarios y profesores ansiosos por compartir sus opiniones académicas y profundizar un poco más en las de Cooke. Lucy aguardó con paciencia mientras el canoso catedrático del departamento de Antropología explicaba su más preciada teoría; Cooke se limitaba a asentir con fingido interés y a enjugarse la frente. Lucy se percató de que el erudito la estaba examinando aunque ella hizo ver que no le prestaba atención.

Un profesor de Historia al que Lucy había visto en la finca de Garfield (la "logia", se recordó a si misma) también la observaba desde el otro extremo de la habitación. Y entonces Cooke se acercó a ella.

-Hola, querida -dijo extendiendo su mano hacia ella, Lucy le ofreció la suya a modo de saludo; su piel era cálida, pero demasiado para para resultar agradable al tacto-. Usted ya sabe que soy el profesor Cooke, pero yo aún no conozco el nombre de la encantadora muchachita a la que vi hace más de una hora en el auditorio.

Lucy desvió la mirada con gesto coqueto.

-Lucy Jennings -dijo en voz baja, lo bastante para que él tuviera que acerca la cabeza para oírla. Al hacerlo, ella se fijó en que clavaba los ojos en su escote-. He disfrutado mucho con su conferencia. -Merece la pena haber padecido tantos rigores si ahora puedo compartirlos con un público inteligente en un lugar tan civilizado como éste -dijo el profesor, y sus ojos brillaron con lascivia;pero Lucy tenía el corazón tan acelerado por su actuación que ni siquiera puedo sentir repulsa. La voz de Cooke la sacó de sus pensamientos-. Vamos a buscarle otra copa de vino.

Ella esbozó un a sonrisa que marcó los hoyuelos de sus mejillas.

-¡Oh, sí! -accedió entusiasmada, dejando que Cooke la tomase del brazo y la llevase consigo.

* * *

No había previsto que estallase una tormenta, pero añadió un toque dramático a la situación mientras Lucy se "esforzaba" por abrir el capó del coche de los Tremaine, aparcado en la cuneta en las afueras de Arkham. Si había calculado bien el momento para marcharse, el coche de Cooke no tardaría en llegar a su rescate...

...y efectivamente, los haces de luz de sus faros delanteros asomaron en aquel instante por la cima de la colina.

Lucy volvió a la carretera e hizo señas al coche a través de los relámpagos y del tronar de sus estruendosas réplicas. Cooke detuvo el vehículo y prácticamente se arrojó al asfalto mojado por la lluvia.

-¡Profesor Cooke, gracias a Dios! -dijo Lucy- ¡Se me ha parado el motor!.

Cooke ya había sacado un paraguas y se apresuró a protegerla del aguacero.

-¿Quiere que le eche un vistazo? -preguntó jadeando. -Con la que está cayendo, no -replicó ella-. Si no es mucha molestía. Podría acercarme a casa de una amiga. ¿Sabe usted dónde está la finca de los Garfiled?

Mientras hablaba presionó su cuerpo contra el de él, estremediéndose bajo el paraguas como intentando guarecerse de la lluvia.

-Será un placer -dijo el profesor, acompañándola de vuelta al coche mientras recorría con la mirada las curvas de Lucy, resaltadas por el vestido empapado y adherido a la piel.

* * *

Los limpiaparabrisas apenas servían de nada contra la cortina de agua.

-¿No era aquella la señal de la carretera secundaria? -preguntó Lucy asomándose por la ventanilla del coche-. Por allí se va a ... -Iremos al balneario en el que me hospedo, es lo más sensato. La suite que me ha pagado la universidad es muy elegante -respondió Cooke mirándola con una expresión de lujuria que ya le resultaba imposible contener -¡Profesor! -protestó Lucy-. Insisto en que me lleve a ... -aquí se detuvo, pues constantó que la estaba ignorando-. ¡Profesor Cooke!

Él siguió conduciendo.

La respiración de Lucy se volvió más agitada. Agarró la manija de la puerta, pero Cooke la sujetó de la muñeca; el cualquier caso, iban a demasiada velocidad como para pensar siquiera en arrojarse del vehículo en marcha.

-Lo más sensato -repitió con firmeza- es que nos retiremos a mi suite y esperemos a que pase la tormenta.

Lucy se mordió el labio inferior mientra el coche se adentraba en la lluviosa noche, dejando cada vez más lejos el desvío que llevaba hasta la logia.

Parte 4 - Compartiendo conocimientos prohibidos

El balneario de Far Reaches quedaba más allá de las afueras de Arkham, en pleno campo; se trataba de un retiro rural para gente acomodada. Lucy recordó que unos parientes suyos habían pasado allí el verano en una ocasión; fue una de las cosas que le pasó por la cabeza mientras su mente trazaba frenéticas vueltas en torno a aquella situación imprevista.

Seguía cayendo una lluvia torrencial; relámpagos y truenos se enzarzaban en una furiosa disputa. Lucy suplicó al aparcacoches con la mirada cuando Cooke salió del coche en una rotonda de entrada, pero luego vio que el profesor le metía un billete en la mano y le susurraba algo al oído. El aparcacoches se quedó parado esperando mientras Cooke daba la vuelta al vehículo.

Perdida toda esperanza de auxilio, Lucy abrió la puerta y salió del coche a toda prisa, pero Cooke ya estaba allí y la sujetó firmemente del brazo con su carnosa mano.

-Mi suite está por aquí -dijo.

Lucy echó una mirada fugaz a la puerta de entrada y vio el vestíbulo iluminado por brillantes luces.

-Subiremos por la escalera de servicio -añadió Cooke.

* * *

Cooke cerró la puerta tras ellos. Lucy se estremeció; tenía el vestido empapado. La suite consistía en una salita con una con una puerta que daba al dormitorio. Notó que soplaba una ligera brisa. ¿Habría un balcón en el dormitorio?

¿Como había acabado allí, prisionera de ese hombre detestable? Se suponía que debía entregarle al profesor una carta de la logia, y no... lo que estaba a punto de suceder.

Cooke gruñó mientras se aflojaba la corbata y desapareció en el dormitorio después de quitársela.

Lucy tiritó y se cubrió el pecho con los brazos.

El profesor volvió a aparecer con un grueso albornoz.

-¿Por qué no se cambia? -dijo, y sonó más a exigencia que a pregunta. -Voy a llamar a mi amiga Sally -objetó Lucy-. Vendrá a recogerme, o enviará a su mayordomo. Cooke volvió a gruñir, esta vez a modo de negativa.

Lucy resolvió cambiar de táctica. Comenzó a esbozar una sutil sonrisa de flirteo, pero se contuvo.

-No es decoroso que me quede en su suite. ¿Que dirá la gente? -El recepcionista y el aparcacoches dirán que se ha alojado en otra habitación. Son de fiar, si se les paga el precio adecuado.

Cooke se desabrochó los botones del cuello.

-Me ha gusta mucho su disertación -soltó Lucy por decir algo, sosteniendo el albornoz como si fuera un escudo-. Hábleme de esa divinidad que se encarga de proteger conocimientos prohibidos. Parece que ha descubierto usted mucho sobre ella.

La mirada de Cooke se iluminó; era evidente que aquel tema le resultaba genuinamente fascinante.

-Mucho más de lo que se puede confesar en público -dijo. -¿Sí?. -Esta deidad, cuyo nombre los nativos se esfuerzan terriblemente por no pronunciar, no sólo es un guardián de lo prohibido, sino que también persigue a quienes roban estos conocimientos para arrebatarles la vida y cerrar el círculo una vez más -Cooke estaba ahora tan cerca que Lucy podía oler su aliento rancio. El brillo de sus ojos no había disminuido ni un ápice-. He encontrado un texto antiguo que contiene un salmo, una especie de conjuro que sirve para invocar el nombre de esta deidad y hacer que haga precisamente eso: matar, arrebatar vidas.

Pocas semanas atrás Lucy habría tachado sus palabras de delirios demenciales. Pero ahora ya no estaba tan segura.

De repente Cooke se abalanzó sobre ella. Lucy se retorció, pero el profesor la agarró con fuerza y presionó sus labios contra los suyos.

La muchacha tanteó a su alrededor mientras Cooke la apretaba contra la pared. Encontró algo sobre una rinconera y lo estampó contra la sien del profesor. Una fina rociada de sangre o saliva salpicó la mejilla de Lucy; después Cooke se desplomó sobre ella y su cuerpo se deslizó hasta caer al suelo.

* * *

-Llega tarde -bufó Dart cuando Lucy hubo aparcado el coche de Cooke frente a la mansión; el profesor estaba tirado en el asiento de atrás. Aún llovía a mares-. Como su mentor, es mi obligación advertirle que la impuntualidad no le ayudará a ascender en la Orden.

-Pues he estado a punto de no llegar -replicó ella irritada.

* * *

Lucy y Dart cargaron a duras penas con el peso del corpulento académico inconsciente.

El mentor de Lucy la condujo hasta una escalera situada en el pasillo principal, estaba tan ingeniosamente oculta que no se había fijado en ella la noche de la fiesta.

Mientras bajaban a Cooke por los escalones de piedra. Lucy mencionó lo que el profesor le había confiado.

-Decía estar a punto de descubrir un conjuro para... bueno, para matar a quien haya desvelado algo prohibido -comenzó, y cuando llegaron al final de la escalera, a una recia puerta de madera con una pequeña rejilla de hierro, ya había terminado su relato. -¿Eso le dijo? -preguntó Dart clavándole la mirada. Ella asintió-. ¿Y comentó algo mas?

Lucy negó con la cabeza. Dart se quedó inmóvil durante un minuto.

-Ayúdeme a meterlo aquí dentro -dijo finalmente.

Lucy le ayudó a meter a Cooke en lo que parecía ser la celda de una mazmorra. Cuando hubieron terminado, Dart asintió con la cabeza y volvió a dirigirse a la muchacha.

-Hay algo que quiero enseñarle.

La guió corredor abajo, introdujo una llave en la cerradura de otra puerta y la abrió.

-Por ahí -le indicó al tiempo que tomaba una antorcha de la pared y se la entregaba.

Lucy cogió la antorcha y entró en la sala; era pequeña, oscura y estaba vacía.

-Aquí no hay... -de repente la puerta se cerró tras ella, y oyó cómo su mentor echaba la llave-. ¡Simón! -gritó, usando el nombre propio de Dart posiblemente por primera vez. -Hablando de conocimientos prohibidos, es posible que haya averiguado demasiado, señorita Jennings -sentenció Dart. -¡¿Qué?! -gritó ella.

Dart se guardó el manojo de llaves en el bolsillo y se marchó por el corredor, dejando a Lucy en su tenebrosa y húmeda celda con una antorcha que ya empezaba a tililar.

-¡No! -chilló Lucy.

pero Dart no regresó.

Parte 5 - Iniciada en la Orden

Lucy era la única ocupante de una oscura celda en el subsuelo de la mansión Garfield. El suelo estaba frío y húmedo, pero no tanto como para calarla. Olía a tierra y a gusanos. La antorcha que llevaba había durado un rato (no tenía forma alguna de concretar cuánto), pero al final acabó extinguiéndose bruscamente.

Intentó gritar, y luego chillar.

Las antorchas del corredor (debía de haberlas, pues se veía su tenue resplandor a través de la rejilla de la puerta) también se apagaron al cabo de un rato.

Lucy se estremeció; todavía llevaba puesto el mismo vestido con el que asistió a la conferencia del profesor Cooke aquella misma noche. Ahora parecía que le había durado todo el verano.

Finalmente se quedó dormida. ¿Qué otra cosa podía hacer?

* * *

-Despierte, querida.

Lucy despertó sobresaltada al oír aquella voz y luchó por despejarse.

La voz se rió. Por la rejilla de la puerta entraba un poco de luz, algo temblorosa, y entonces asomó un rostro. No podía verlo con claridad, así que se puso en pie.

-Dígame, ¿qué le ha dicho Cooke? -inquirió la voz. -No me ha dicho nada. Todo esto es un error. -Pero usted le comentó al señor Dart que sí le había dicho algo. -Nada interesante. -¿Acaso se equivoca su mentor?

Lucy se acercó a la puerta para ver mejor al dueño de aquella voz. El hombre dio un paso atrás: se trataba de un individuo de mediana edad que portaba un farol. Era el profesor de la Miskatonic, el del departamento de Historia.

-Ocultar conocimientos a miembros de rango superior acarrea un severo castigo -señaló.

Lucy tragó saliva.

-El señor Dart debe de haberme oído mal. O quizá haya mal interpretado mis palabras.

El hombre asintió con la cabeza y se giró para marcharse.

-¡Espere! -exclamó Lucy. -No nos olvidaremos de usted - dijo el hombre sin darse la vuelta. Y luego dijo algo más, algo que ella no estuvo segura de haber entendido. Algo así como "el Crepúsculo nunca olvida".

* * *

Lucy volvió a quedarse dormida. ¿Cuánto había pasado? ¿Un día? ¿Dos? Temió volverse loca de sed. Intentó gritar de nuevo, primero para pedir ayuda y finalmente rogando un poco de atención.

Se durmió otra vez.

* * *

Lucy despertó al oír unos pasos que se aproximaban, y vio una tenue luz fuera de la celda. Rápidamente se puso en pie y corrió a pegarse contra la pared, junto a la entrada.

-Vamos a abrir la puerta de la celda - oyó decir a la misma voz que le había hablado antes.

En cuanto se abrió la puerta Lucy se abalanzó sobre el hombre, que retrocedió tambaleándose por la sorpresa. Chilló y le clavó las uñas, pero le cubrieron la cabeza con algo negro y grueso y unas manos ásperas la agarraron por detrás.

Entonces recibió un golpe en la cabeza y todo se sumió en tinieblas

* * *

Un cubo de agua helada devolvió el sentido a Lucy en la misma cámara donde se celebró su iniciación. Jadeó y se retorció, y entonces descubrió que estaba encadenada al suelo.

Los miembros de la logia se habían reunido en torno a ella, vestidos con sus reunido en torno a ella, vestidos con sus túnicas. Dart se hallaba junto a Garfield y al hombre que la había interrogado.

Trajeron a rastras al profesor Cooke; tenía el rostro magullado y los brazos cubiertos de rasguños. Dos hombres lo encadenaron junto a Lucy. Goteaba sangre de las puntas de tres de sus dedos, donde le habían arrancado las uñas.

-No nos ha dicho nada -informó uno de los dos hombres. -Entonces usad el espejo -contestó Garfield.

Un par de sectarios acercaron a Cooke lo que Lucy suponía era un espejo cubierto por una tela. Cuando el profesor lo vio, sus ojos se abrieron como platos. Sacudió la cabeza con un lastimoso gemido y se echó a temblar.

-¿Hermano White? -preguntó Garfield.

White, que al parecer era el hombre que la había interrogado, rodeó al profesor y se puso detrás de él. Cooke se arrojó de bruces al suelo.

-Descubridlo -dijo White-, Y sujetadlo -añadió, aunque no se dirigía a nadie en particular.

Mientras los sectarios del espejo apartaban la tela que lo cubría, otros dos se dispusieron a agarrar a Cooke, que se resistía desesperadamente. White aguardó con ambas manos cruzadas en la espalda mientras obligaban al profesor a ponerse de rodillas y orientaban el espejo hacia él.

Cooke aulló, y su bramido fue más fuerte de lo que Lucy habría imaginado posible. Desde donde estaba encadenada no podía ver la superficie del espejo, pero sí a Cooke y White contemplándola fijamente. La expresión del primero se relajó de repente, y White abrió tanto los ojos que parecían a punto de salirse de sus órbitas. Vio que el pelo de White se agitaba violentamente hacia atrás, como si surgiera un vendaval del espejo, y luego el rostro de Cooke reventó literalmente con un estallido de sangre y sesos. El cuerpo del profesor quedó inerte, y los sectarios que lo sujetaban dejaron que cayera al suelo con un ruido como de chapoteo. Lucy gritó.

Al cabo de unos instantes el viento amainó. White miró a Dart, y luego a Garfield.

-Le ha hablado del conjuro -dijo secamente White. -Llevadla otra vez a la celda -ordenó Dart, fijando en ella una mirada pétrea-, . Sabe.más dejo que le corresponde a su rango en la Orden. Está condenada. -Que así sea -entonaron al unísono cuantos la rodeaban.

* * *

Dos hombres fuertes cogieron a Lucy por los brazos y la llevaron a rastras por el corredor. Su cuerpo colgaba flácido y los pies le arrastraban por el suelo de losas de piedra. Se volvieron hacia la puerta que conducía de regreso a las mazmorras...

¡... y entonces Lucy saltó! Se arrojó sobre uno de los hombres con todas sus fuerzas, haciéndole perder el equilibrio y rodar escaleras abajo. Luego agarró al otro del pelo y le estampó la cabeza contra la jamba del pórtico. Por fin se giró y echó a correr pasillo abajo hasta pisar el suelo de parqué del salón de baile.


Respiró afanosamente; le temblaban todas las extremidades debido al esfuerzo, el cansancio y la desnutrición. Oyó que daban la voz de alarma a su espalda.

Alcanzó la puerta principal y la abrió de un empellón sin detener su carrera, saliendo al aire libre y huyendo al amparo de la noche.

Parte 6 - Pruebas siniestras y graves consecuencias

Lucy sabía que detrás del edificio principal había una cochera, y su primer impulso fue correr hacia allí para recuperar el coche de Cooke, pero al volverse en aquella dirección comprendió que jamás lo arrancaría a tiempo.

En vez de eso, se giró de nuevo y continuó hacia el lindero del bosque. Casi un centenar de metros de descampado la separaban de él, pero estaba muy oscuro (¿cuántos días y noches había pasado en cautividad?), y pensó que tal vez podría ocultarse en la noche.

Echó una mirada por encima del hombro y vio a sus perseguidores saliendo por la puerta delantera de la mansión. Lucy se deshizo de los zapatos a puntapiés (pese a ser tan bonitos, ya no eran más que un estorbo) y echó a correr agachando la cabeza con la esperanza de ofrecer un blanco más pequeño y pasar desapercibida.

Oyó gritos. ¿La habrían visto?

Redujo su velocidad para arriesgarse a volver la mirada hacia la casa. Frente a la puerta había congregada una pequeña multitud. Entonces llegó a sus oídos el aullido de un sabueso, y se le heló la sangre. Tenían perros.

* * *

Lucy había conseguido llegar a los árboles, pero una hora más tarde su situación no había mejorado en absoluto. El bosque resultó ser muy pequeño (menos de un acre de superficie), y dado que era el único lugar que les faltaba por registrar, los sectarios lo habían rodeado y estaban peinándolo con grupos guiados por perros.

Lucy se encogió en su escondrijo y escuchó a los rastreadores llamándose a voces. Le sangraban los pies de de tanto correr descalza por el pedregoso terreno

Vio a un grupo dé tres hombres y dos perros que se acercaban siguiendo su rastro. Los hombres iban armados con rifles.

Lucy supo que no debía quedarse quieta. Volvió sobre sus pasos y retomó su propio rastro desde unos veinte metros de distancia, regresando en la misma dirección por la que había venido. Logró eludir al grupo sin perder de vista ni un momento adonde se dirigía...

... pero no prestó la misma atención al suelo que pisaba: metió el pie en un hoyo y se torció el tobillo. Un dolor fulminante le recorrió la pierna y le hizo gritar.

Sus perseguidores fueron inmediatamente tras ella; los hombres se dispersaron y prepararon sus rifles. Lucy se mordió el labio para no volver a gritar cuando apoyó su peso sobre el pie lastimado. Le rodaban lágrimas por las mejillas.

Se agazapó tanto como pudo para esconderse en el tronco hueco de un árbol.

Uno de los hombres se aproximó a ella...

... pasó de largo...

... y Lucy se abalanzó sobre él, agarrando su arma.

El hombre gritó para alertar a sus compañeros, pero Lucy logró desviar el cañón del rifle hasta colocárselo bajo la barbilla, y el propio forcejeo del hombre hizo que se disparase y le volase la cabeza con una erupción de trozos de cerebro y cartílago.

Lucy le arrebató el arma de las manos, y no había terminado de poner el dedo sobre el gatillo cuando se produjo un fogonazo blanco y cayó al suelo.

* * *

Lucy yacía inmóvil en su celda. Le parecía la misma de antes, aunque no había forma de estar segura.

Moverse le provocaba un gran suplicio; le zumbaba la cabeza, el tobillo le latía de dolor y las costras de sus pies desnudos se abrían y volvían a sangrar.

Después de capturarla en el bosque la habían llevado directamente a la cámara ritual, donde Garfield y los demás, sucios e irritados por su huida, ya se habían congregado.

-Si piensan matarme, háganlo ya -espetó Lucy. -Existen destinos mucho peores -replicó Garfield-. Y mucho más útiles para nosotros.

Lucy había presenciado la muerte de Cooke, y se estremeció al pensar en el destino que Garfield podía tenerle reservado.

Oyó pasos en el pasillo, acercándose a su celda, pero no vio ninguna luz.

-Usted misma se ha metido en este embrollo -siseó la voz de Dart desde la penumbra.

Lucy no fue capaz de responder.

Algo cayó sobre el suelo de piedra de su celda, algo que produjo un estrépito metálico.

-Un último acto de compasión -dijo-. Aunque más le vale darse prisa

Luego oyó que se marchaba apresuradamente. Lucy tanteó el suelo a su alrededor hasta que sus dedos encontraron el objeto: era una daga. ¿Para suicidarse?

No le cabía ninguna duda de que estaría mejor muerta antes que vivir para descubrir el castigo que tendrían preparado para ella.

Lucy tomó la daga con ambas manos y colocó la punta contra su pecho, en el mismo sitio exacto donde Dart la había puesto durante su iniciación.

¿Era la misma daga?

Lucy se armó de valor para quitarse la vida.

Y entonces tuvo una revelación; de repente se le ocurrió que quizá la estuvieran poniendo a prueba.

Después de todo, ¿le proporcionaría Dart un medio para quitarse la vida, contraviniendo así la sentencia a la que había sido condenada?

Vino a su mente un fugaz recuerdo de la noche en la biblioteca, la primera vez que estuvo en aquella mansión dejada de la mano de Dios. Era un pasaje que había leído en los Preceptos esotéricos.

"... y los iniciados de cada rango serán puestos a prueba antes de avanzar al siguiente, pruebas arduas y severas, para que demuestren su lealtad sin ninguna sombra de duda; y aquellos que fracasen deberán ser abandonados a su suerte... "

Lucy notó la afilada punta de la daga presionada contra su piel.

Todo estaba en silencio, pero en su cabeza se libraba una verdadera batalla, un enfrentamiento de ideas entre la noción de supervivencia y la certeza de que no hay nada cierto en este mundo.

Se preguntó si no habría enloquecido.

Apretó con fuerza la empuñadura de la daga y...

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