Mi nombre es Silas, Silas Marsh. Aunque Innsmouth es el lugar donde nací y me crié, el es océano el lugar al que llamo hogar. Casi no recordaba Innsmouth, hasta que esta mañana el mar me trajo un olor diferente al agradable salitre de la costa de Sidney. Un olor a muerte que me recordaba la infancia.
Los periódicos no traían buenas noticias. Un cometa verde había caído en Tunguska... un cometa verde. Podía estar relacionado con los rumores que había escuchado en Innsmouth y ahora comenzaba a escuchar en las tabernas de Sidney y otros puertos. Los científicos quitaban importancia al cometa, y en especial a los rumores que habían en los periódicos. Decían que el cometa no se había fragmentando, se mantenía en una pieza, y que seguía undiendose en la tierra. Sólo un científico de Buenos Aires, desprestigiado y nombrado como burla por algunos periodicos, afirmaba tener una hipótesis diferente. Decidí tomar un bargo, e ir a por esa pista.
Durante el viaje, comenzaron a aparecer rumores sobre monstruos en Roma y extraños avistamientos en la ciudad que una vez dominó el mediterráneo. Portales a otras dimensiones decían los charlatanes.
En Buenos Aires un investigador privado se me unió, quizás había visto lo mismo que yo en el telescopio de la Universidad de Buenos Aires. O quizás fue ese loco que nos atacó en Buenos Aires, un loco con una capa que nos salió una noche vociferando algo sobre el fin del mundo. Pudo ser peligroso, pero no fue rival para alguien que ya ha participado en un buen número de peleas de tabernas. Lo hubiese considerado un loco, si no fuera porque por el callejón que apareció había un brillo. No se si me habría acercado de saber lo que había. El brillo fue un portal en la realidad, caí a un Abismo de oscuridad. Una oscuridad que me perseguí mientras volvía a ascender ahora por unas escalaras, ahora por una torre que parecía no tener fin. Conseguí regresar al callejón, justo para ver como el portal se cerraba, como el brillo de luz amortecina desaparecía. Si tenía dudas, eso lo resolvió todo. Quedaba claro que tenía que seguir ese rastro. Tenía que ir a Tunguska.
De Buenos Aires a Arkham, y luego a Roma e Istambul. Casi en cada ciudad que visitaba me encontraba con portentos. Una noche soñé con una ciudad en la que estaba prohibido matar gatos, y de la que me echaron después de dar una patada a uno de esos molestos felinos. En Roma visité unas catacumbas, en las que unos seres medio perros medio hombres estuvieron a punto de asaltarme. La pitonisa de Arkham que me alertó sobre los grandes peligros que me esperaban en mi viaje no erró en sus profecías. Varías veces estuve a punto de fallecer.
Y mientras recorría continentes, las noticias en los periódicos no eran agradables. Los rumores sobre monstruos se esparcían por todo el globo, de Tokio a la Antártida. Normalmente los rumores de visiones de otros mundos estaban relacionados con la aparición de monstruos, pero no siempre era así. Acabé comprando varios periódicos cada día, para seguir el rastro de noticias. Para intentar encontrar un patrón. Pero fue en vano. Sólo descubrí un patrón preocupante, algunos científicos y charlatanes parecían desaparecer después de realizar ciertas afirmaciones. ¿Podía ser que alguien o algo estuviese persiguiendo a los que se acercasen a la verdad?
Finalmente llegué a Tunguska, y pude confirmar que lo visto por el telescopio de Buenos Aires estaba relacionado con ese meteorito. Era... era preocupante. Era preocupante descubrir esa panda de seguidores de lo oculto que se reunía en el canal de panamá intentaban conseguir algo que no era imposible. Podía ir e intentar encargarme de esos charlatanes, o mejor dicho de esos locos. Pararles los pies, ya que si estaban en lo correcto estaban atrayendo justamente aquello que yo intentaba detener. O ir a la raíz del mal, en un viejo libro encontré una profecía. El mal que se acercaba podía ser debilitado si se cerraba un portal que estuviese alineado con las estrella de cierta manera.

Tras meditarlo, decidí ir directamente a la raíz. Cuanto lamentaba encontrarme sólo ante esta misión. Toda la tierra parecía un campo de batalla, y no pocas veces deseaba al menos un compañero para abarcar más objetivos.
(¿continuará?)
