Categoría:Revelaciones

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Tabla de contenidos

Descripción

Los buscadores de reliquias exploran las bibliotecas más antiguas de todos los confines del mundo en un intento por hallar tomos de conocimientos arcanos. El ciclo Revelaciones permitirá protagoniar esta búsqueda de sabes prohibidos.

Historia

Parte 1 - El libro de las sombras

Eryn suspiró al ver una página arrancada del libro. Otra vez. Una única lágrima resbaló por su mejilla; había derramado todas las demás a lo largo de su investigación. Cerró los ojos, se estremeció ligeramente, sacudió la cabeza hasta que le palpitó la sangre en los oídos y olvidó aquella página mutilada. Otra vez.

Eryn Cochwyn entró en el despacho que tenía su padre en el desván, donde nunca había podido entrar mientras él aún vivía.

La primera vez que lo hizo supo al ver la cara de su padre que debía ser la última. Él no dijo nada; se limitó a clavarle aquellos ojos fríos, rodeados de oscuros cercos causados por la falta de sueño. Solía tener ese aspecto desde que aquel hombretón le llevó un fardo de libros. Eryn no había visto ni vería nunca a un hombre de semejante envergadura. No recordaba nada sobre él, aparte de la rosa escarlata que lucía en la solapa de su blanca chaqueta. ¿Fue antes o después de que su madre se fuera? ¿Pero se fue, o quizá había muerto? Tanto daba; hacía mucho que pasó. Antes de la universidad; antes de que su padre muriese. Antes de que encontrase los libros y las notas y las traducciones a medio terminar.

Pero esto no sucedió hasta que hubo entrado en el despacho por primera vez después de heredar la casa. Le costó reunir el valor necesario para hacerlo, aún cuando su padre ya no estaba allí para disuadirla con su gélida mirada. Eso era lo que más miedo le daba a Eryn; que a su padre le importaba tampoco todo lo demás que estaba dispuesto a cualesquier cosa con tal de proteger sus secretos incluso de su propia hija.

Durante aquella primera visita había encontrado un libro rodeado de velas sobre el escritorio de su padre. Eryn solía encender todas las velas para estudiar el volumen, proyectando sombras en todas direcciones a la vez. Sombras que parecían escurrirse entre las velas. Eryn contemplaba ensimismada aquellos retazos de oscuridad cuando no estaba hojeando los libros y las notas de su padre para traducir el arcaico lenguaje de aquel tomo maravilloso. En cierto modo las sombras estimulaban sus ideas, serpenteandopo entre los pensamientos lineales que la cautivaban. Observar las sombras le ayudó a descifrar el título del libro: T'tka Halo, o El códice de la umbra.

-Señorita, las clases empezaron la semana pasada -dijo una voz desde la puerta. Eryn salió de su estupor y miró hacia la puerta del despacho. Allí estaba Penélope, una de las doncellas-. Creo que debería ir pensando en volver...

Penélope parecía marchita como un pétalo de rosa puesto al sol. Eryn se preguntó si ella misma también había palidecido tanto cuando su padre la miró desde su asiento.

-Dile a Rothcilde que está despedido por no tener el valor de subir él mismo a decirmelo. Y tu también, por haberme molestado-respondió eryn, para luego volver a enfrascarse en el libro-. Ya volveré a la Miskatonic cuando haya terminado aquí- musitó, tan bajo que apenas pudo oírse ella misma.

Era la séptima vez que Eryn Examinaba el libro, ¿o aún no? Quizá fuera en el noveno repaso cuando comprendió... o comprendería... que se trataba de magia. A veces, cuando se perdía en las sombras tenía dificultades para recordar la diferencia entre lo que ya había pasado y lo que aún había de ocurrir. Los hechizos son así de antiguos y poderosos, lo bastante como para traer de regreso a su madre. Eryn echa de menos a su madre. También podría añorar a su padre, de no ser po aquella terrible mirada, tan inhumana, tan carente de emociones.

La investigación de Eryn estaba a punto de concluir. Tras haberle dedicado todas las horas de vigilia de sus vacaciones de verano en la Universidad de Miskatonic, casi había completado la traducción. Sabía qué ingredientes debía reunir para celebrar el ritual. Conocía los encantamientos y estaba segura de la pronunciación de las palabras, aunque pensaba cotejarlas con ciertos libros de la universidad. Lo único que le faltaba era traducir la última página.

Pasó la hoja... otra vez... y vio que le habían arrancado las tres cuartas partes. Otra vez. Tomó el libro y lo sacudió. Quizá el trozo que faltaba estuviera entre otras páginas. Aquella escena se había repetido una y otra vez, y otra, y otra. Pero finalmente advirtió la presencia de un pétalo de rosa que cayó de entre las páginas, flotando como si fuera una pluma. Aquello no había pasado antes, ¿no? Eryn lo meditó, y llegó a la conclusión de que era la primera vez que ocurría, porque no había sacudido el libro nunca antes. A lo largo de todos sus meses de estudio e investigación, había sido muy cuidadosa al manipular el libro. Hasta ahora.

Observó fijamente el pétalo reseco. Rió para sus adentros, acordándose del indiviuo que seguramente había llevado aquel tomo a su casa. Bueno. Tal vez fuese el momento de volver a la universidad. Pero antes intentaría terminar el libro una vez más.

Eryn cerró el T'tka Halot. Otra vez. Se levantó del escritorio y salió por la puerta. Otra vez.

Eryn Cochwyn entró en el despacho que su padre tenía en el desván. Otra vez. Hojeó el libro entero. Otra vez.

Sigue faltando la última página arrancada. Otra vez.

Parte 2 - Lealtad comprada

Marcus Jamburg sorteó sin apenas esfuerzo las medidas de seguridad de la casa de subastas. En parte por su habilidad, pero también gracias al soborno que había ofrecido al guardia de la recepción; aunque el soborno en sí mismo es un talento cultivado, pues uno ha de asegurarse de que aquellos a los que unta permanecen untados. ¿Era orgullo admitir que se contaba entre los mejores ladrones del planeta? Hacía tiempo que Marcus había renunciado a la noción de que la humanidad estaba sola en la existencia. Había visto demasiadas cosas que ningún hombre debería conocer, y mucho menos presenciar; cosas que una vez contempladas ya no podrían olvidarse jamás.

Pues esto se encontraba allanando aquella casa de subastas. Quería saber más, ver más. Pero su vida era demasiado corta para abarcarlo todo. en cierto modo siempre había sido consciente de ello, pero el pasado otoño vio un golpe en el Pacífico del sur que le hizo plantearse muy seriamente su propia mortalidad.

Durante un breve instante, Marcus recordó el reflejo en la superficie bruñida de aquella caja fuerte. Un par de agujeros negros donde debería haber ojos le devolvían la mirada mientras su propietario lo retenía a punta de pistola y de cuchillo. Al principio creyó que la ausencia de ojos en aquel rostro se debía a una ilusión óptica, más que nada porque el hombre podía verle. Pero aquello no era ni de lejos lo más extraño que Marcus había visto en su vida. Antes de ser escrutado por aquellos ojos, Marcus nunca había pensado que moriría algún día. Sí, la gente se muere, todavía le quedaban muchos años. era demasiado bueno en su oficio para que aquella idea le preocupase a largo plazo.

Pero el hombre sin ojos lo cambió todo.

Marcus llegó a una puerta y apartó de su mente aquellos recuerdos del pasado. Tenía trabajo que hacer, y aunque entrar en aquella sala sería un juego de niños, Marcus no se había labrado su reputación ignorando sus principios.

Sacó las ganzúas; al poco, la puerta ya estaba abierta. Se detuvo para examinar algunos de los objetos más peculiares. En la pared del fondo había tres campanas de iglesia forjadas en bronce y cubiertas de extrañas runas, un idioma que marcos no conocía. vio un pedestal en el centro de la habitación, y sobre él descansaba una espada con un grabado de serpientes entrelazadas en la hoja. Mientras el ladrón estudiaba el arma, le pareció ver que los reptiles se retorcían. se quedó allí parado, observando la espada, grabando aquella imagen a fuego en su mente. nadie se la arrebataría... no sin matarlo primero... y por eso estaba allí. Por eso iba a romper su costumbre, su código, y se iba a llevar algo. No quería que nadie más robase todas las cosas que había visto.

Con la imagen de la espada y las campanas firmemente arraigada en su mente, Marcus se dirigió hacia la caja fuerte, la verdadera razón de su visita. sólo tardó unos instantes más que con la puerta. Todo parecía demasiado sencillo; a así se le habría antojado a Marcus de no haber dedicado gran parte de su vida al perfeccionamiento de sus habilidades.

Abrió la caja fuerte. El trozo de pergamino reposaba sobre un lecho de terciopelo negro. La letra manuscrita desafiaba todo lo que Marcus había visto nunca. Sólo con mirarla se sintió confuso y mareado. Cogió la página y la guardó en el maletín que llevaba consigo. Su textura era más semejante al cuero que al papel, y de repente Marcus se sintió muy aliviado de usar guantes en su trabajo.

Al cerrar la caja fuerte, Marcus bajó la mirada por casualidad y vio un solitario y reseco pétalo de rosa en el suelo, entre sus pies. Dejando a un lado la cautela y su habitual atención por los detalles, Marcus echó a correr. La única ocasión en que había visto un pétalo como ése mientas trabajaba fue cuando se encontró con el hombre sin ojos.

cuando se cruzó con el guardia de seguridad, asintió con la cabeza a modo de saludo de cortesía. En ese momento se detuvo.

El guardia eludió la mirada de Marcus; su sonrisa ya no era cálida y amistosa, sino más bien de disculpa.

Algo duro y pesado golpeó a Marcus en la nuca. el ladrón se desplomó. alguien le dio la vuelta. Mientras el mundo se desvanecía, el hombre más gordo que Marcus había visto nunca le quitó el maletín donde llevaba el antiguo pergamino. Lo último que vio el ladrón fue una rosa marchita sujeta a la solapa de una chaqueta blanca.

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