Categoría:Revelaciones

De Wiki Cthulhu juego de Rol

Tabla de contenidos

Descripción

Los buscadores de reliquias exploran las bibliotecas más antiguas de todos los confines del mundo en un intento por hallar tomos de conocimientos arcanos. El ciclo Revelaciones permitirá protagoniar esta búsqueda de sabes prohibidos.

Historia

Parte 1 - El libro de las sombras

Eryn suspiró al ver una página arrancada del libro. Otra vez. Una única lágrima resbaló por su mejilla; había derramado todas las demás a lo largo de su investigación. Cerró los ojos, se estremeció ligeramente, sacudió la cabeza hasta que le palpitó la sangre en los oídos y olvidó aquella página mutilada. Otra vez.

Eryn Cochwyn entró en el despacho que tenía su padre en el desván, donde nunca había podido entrar mientras él aún vivía.

La primera vez que lo hizo supo al ver la cara de su padre que debía ser la última. Él no dijo nada; se limitó a clavarle aquellos ojos fríos, rodeados de oscuros cercos causados por la falta de sueño. Solía tener ese aspecto desde que aquel hombretón le llevó un fardo de libros. Eryn no había visto ni vería nunca a un hombre de semejante envergadura. No recordaba nada sobre él, aparte de la rosa escarlata que lucía en la solapa de su blanca chaqueta. ¿Fue antes o después de que su madre se fuera? ¿Pero se fue, o quizá había muerto? Tanto daba; hacía mucho que pasó. Antes de la universidad; antes de que su padre muriese. Antes de que encontrase los libros y las notas y las traducciones a medio terminar.

Pero esto no sucedió hasta que hubo entrado en el despacho por primera vez después de heredar la casa. Le costó reunir el valor necesario para hacerlo, aún cuando su padre ya no estaba allí para disuadirla con su gélida mirada. Eso era lo que más miedo le daba a Eryn; que a su padre le importaba tampoco todo lo demás que estaba dispuesto a cualesquier cosa con tal de proteger sus secretos incluso de su propia hija.

Durante aquella primera visita había encontrado un libro rodeado de velas sobre el escritorio de su padre. Eryn solía encender todas las velas para estudiar el volumen, proyectando sombras en todas direcciones a la vez. Sombras que parecían escurrirse entre las velas. Eryn contemplaba ensimismada aquellos retazos de oscuridad cuando no estaba hojeando los libros y las notas de su padre para traducir el arcaico lenguaje de aquel tomo maravilloso. En cierto modo las sombras estimulaban sus ideas, serpenteandopo entre los pensamientos lineales que la cautivaban. Observar las sombras le ayudó a descifrar el título del libro: T'tka Halo, o El códice de la umbra.

-Señorita, las clases empezaron la semana pasada -dijo una voz desde la puerta. Eryn salió de su estupor y miró hacia la puerta del despacho. Allí estaba Penélope, una de las doncellas-. Creo que debería ir pensando en volver...

Penélope parecía marchita como un pétalo de rosa puesto al sol. Eryn se preguntó si ella misma también había palidecido tanto cuando su padre la miró desde su asiento.

-Dile a Rothcilde que está despedido por no tener el valor de subir él mismo a decirmelo. Y tu también, por haberme molestado-respondió eryn, para luego volver a enfrascarse en el libro-. Ya volveré a la Miskatonic cuando haya terminado aquí- musitó, tan bajo que apenas pudo oírse ella misma.

Era la séptima vez que Eryn Examinaba el libro, ¿o aún no? Quizá fuera en el noveno repaso cuando comprendió... o comprendería... que se trataba de magia. A veces, cuando se perdía en las sombras tenía dificultades para recordar la diferencia entre lo que ya había pasado y lo que aún había de ocurrir. Los hechizos son así de antiguos y poderosos, lo bastante como para traer de regreso a su madre. Eryn echa de menos a su madre. También podría añorar a su padre, de no ser po aquella terrible mirada, tan inhumana, tan carente de emociones.

La investigación de Eryn estaba a punto de concluir. Tras haberle dedicado todas las horas de vigilia de sus vacaciones de verano en la Universidad de Miskatonic, casi había completado la traducción. Sabía qué ingredientes debía reunir para celebrar el ritual. Conocía los encantamientos y estaba segura de la pronunciación de las palabras, aunque pensaba cotejarlas con ciertos libros de la universidad. Lo único que le faltaba era traducir la última página.

Pasó la hoja... otra vez... y vio que le habían arrancado las tres cuartas partes. Otra vez. Tomó el libro y lo sacudió. Quizá el trozo que faltaba estuviera entre otras páginas. Aquella escena se había repetido una y otra vez, y otra, y otra. Pero finalmente advirtió la presencia de un pétalo de rosa que cayó de entre las páginas, flotando como si fuera una pluma. Aquello no había pasado antes, ¿no? Eryn lo meditó, y llegó a la conclusión de que era la primera vez que ocurría, porque no había sacudido el libro nunca antes. A lo largo de todos sus meses de estudio e investigación, había sido muy cuidadosa al manipular el libro. Hasta ahora.

Observó fijamente el pétalo reseco. Rió para sus adentros, acordándose del indiviuo que seguramente había llevado aquel tomo a su casa. Bueno. Tal vez fuese el momento de volver a la universidad. Pero antes intentaría terminar el libro una vez más.

Eryn cerró el T'tka Halot. Otra vez. Se levantó del escritorio y salió por la puerta. Otra vez.

Eryn Cochwyn entró en el despacho que su padre tenía en el desván. Otra vez. Hojeó el libro entero. Otra vez.

Sigue faltando la última página arrancada. Otra vez.

Parte 2 - Lealtad comprada

Marcus Jamburg sorteó sin apenas esfuerzo las medidas de seguridad de la casa de subastas. En parte por su habilidad, pero también gracias al soborno que había ofrecido al guardia de la recepción; aunque el soborno en sí mismo es un talento cultivado, pues uno ha de asegurarse de que aquellos a los que unta permanecen untados. ¿Era orgullo admitir que se contaba entre los mejores ladrones del planeta? Hacía tiempo que Marcus había renunciado a la noción de que la humanidad estaba sola en la existencia. Había visto demasiadas cosas que ningún hombre debería conocer, y mucho menos presenciar; cosas que una vez contempladas ya no podrían olvidarse jamás.

Pues esto se encontraba allanando aquella casa de subastas. Quería saber más, ver más. Pero su vida era demasiado corta para abarcarlo todo. en cierto modo siempre había sido consciente de ello, pero el pasado otoño vio un golpe en el Pacífico del sur que le hizo plantearse muy seriamente su propia mortalidad.

Durante un breve instante, Marcus recordó el reflejo en la superficie bruñida de aquella caja fuerte. Un par de agujeros negros donde debería haber ojos le devolvían la mirada mientras su propietario lo retenía a punta de pistola y de cuchillo. Al principio creyó que la ausencia de ojos en aquel rostro se debía a una ilusión óptica, más que nada porque el hombre podía verle. Pero aquello no era ni de lejos lo más extraño que Marcus había visto en su vida. Antes de ser escrutado por aquellos ojos, Marcus nunca había pensado que moriría algún día. Sí, la gente se muere, todavía le quedaban muchos años. era demasiado bueno en su oficio para que aquella idea le preocupase a largo plazo.

Pero el hombre sin ojos lo cambió todo.

Marcus llegó a una puerta y apartó de su mente aquellos recuerdos del pasado. Tenía trabajo que hacer, y aunque entrar en aquella sala sería un juego de niños, Marcus no se había labrado su reputación ignorando sus principios.

Sacó las ganzúas; al poco, la puerta ya estaba abierta. Se detuvo para examinar algunos de los objetos más peculiares. En la pared del fondo había tres campanas de iglesia forjadas en bronce y cubiertas de extrañas runas, un idioma que marcos no conocía. vio un pedestal en el centro de la habitación, y sobre él descansaba una espada con un grabado de serpientes entrelazadas en la hoja. Mientras el ladrón estudiaba el arma, le pareció ver que los reptiles se retorcían. se quedó allí parado, observando la espada, grabando aquella imagen a fuego en su mente. nadie se la arrebataría... no sin matarlo primero... y por eso estaba allí. Por eso iba a romper su costumbre, su código, y se iba a llevar algo. No quería que nadie más robase todas las cosas que había visto.

Con la imagen de la espada y las campanas firmemente arraigada en su mente, Marcus se dirigió hacia la caja fuerte, la verdadera razón de su visita. sólo tardó unos instantes más que con la puerta. Todo parecía demasiado sencillo; a así se le habría antojado a Marcus de no haber dedicado gran parte de su vida al perfeccionamiento de sus habilidades.

Abrió la caja fuerte. El trozo de pergamino reposaba sobre un lecho de terciopelo negro. La letra manuscrita desafiaba todo lo que Marcus había visto nunca. Sólo con mirarla se sintió confuso y mareado. Cogió la página y la guardó en el maletín que llevaba consigo. Su textura era más semejante al cuero que al papel, y de repente Marcus se sintió muy aliviado de usar guantes en su trabajo.

Al cerrar la caja fuerte, Marcus bajó la mirada por casualidad y vio un solitario y reseco pétalo de rosa en el suelo, entre sus pies. Dejando a un lado la cautela y su habitual atención por los detalles, Marcus echó a correr. La única ocasión en que había visto un pétalo como ése mientas trabajaba fue cuando se encontró con el hombre sin ojos.

cuando se cruzó con el guardia de seguridad, asintió con la cabeza a modo de saludo de cortesía. En ese momento se detuvo.

El guardia eludió la mirada de Marcus; su sonrisa ya no era cálida y amistosa, sino más bien de disculpa.

Algo duro y pesado golpeó a Marcus en la nuca. el ladrón se desplomó. alguien le dio la vuelta. Mientras el mundo se desvanecía, el hombre más gordo que Marcus había visto nunca le quitó el maletín donde llevaba el antiguo pergamino. Lo último que vio el ladrón fue una rosa marchita sujeta a la solapa de una chaqueta blanca.

Parte 3 - Cortando los lazos

Eryn se rió del consejo de decanos que la entrevistaban. ¿Entrevistar? Aquello parecía más un interrogatorio. Cada pregunta que le formulaban le hacía reír aún más. A Eryn le costaba creer que alguna vez le hubiera importado la opinión que aquellos hombres tuvieran de ella, sobre todo a raíz de su visita a la biblioteca, donde descubrió el lugar en que debía llevarse a cabo el ritual. Cuando se hiciera con el último fragmento de T'tka halot, podría conseguir lo que quisiera.

-Señorita Cochwyn-dijo su tutor, con el tono condescendiente de un padre cargado de paciencia-, si no la hemos expulsado ya ha sido por las numerosas contribuciones de su padre como antiguo alumno de esta universidad. Imagine el ejemplo que está dado a los demás estudiantes ausentándose durante la mayor parte del semestre, eludiendo sus responsabilidades a su vuelta y entrando sin permiso en la zona restringida de la biblioteca Orne.

Eryn profirió una carcajada. ¿Era realmente una carcajada?

-Pues quizá comprendan que ustedes no saben tanto como aseguran, y que no los necesitan tanto como a ustedes les gustaría que creyeran -espetó, y luego se puso en pie-. Pueden quedarse con las tasas de mi matrícula. Y no se preocupen, no haré nada que ponga en entredicho las aportaciones que mi padre ha hecho a esta universidad. Buenas noches.

Los dejó echando espumarajos. Excelente. que se preguntaran qué pasaba. Eran ciegos e ignorantes, y hacía mucho que Eryn había abierto los ojos y expandido su mente. sólo estaba empezando a comprender la grandeza e inmensidad del universo. Tras celebrar el ritual obtendría verdadera sabiduría y conocimientos, a un nivel que aquellos necios ciegos no podrían ni imaginar.

Salió del edificio de administración y echó a andar por el césped del patio. Estaba al corriente de la existencia de una subasta anual para compradores que coleccionaban artículos extraños e insólitos. Pensaba acudir para hacer algunas preguntas. Quizá alguien pudiera indicarle dónde buscar la última página del libro.

No había recorrido la mitad del patio cuando alguien cogió a Eryn del hombro y la obligó a volverse. El hombretón la miraba desde arriba; Eryn apenas le llegaba al pecho. Había cambiado su traje blanco por otro de color lavanda, pero seguía teniendo la rosa, ahora ya mustia y reseca. ¿Cómo lo había pasado por alto? El patio estaba casi desierto, y el árbol o arbusto más cercano se encontraba a más de veinte metros de distancia; además , el tipo debía de rondar os ciento cincuenta kilos de peso.

-¿Qué es lo que quiere? -preguntó Eryn.

El hombretón metió la mano en su chaqueta y sacó un trozo de lo que parecía ser una página de un libro muy antiguo. Eryn reconoció la letra; ¡la última página! Alargó una mano hacia ella mientras con la otra apretaba firmemente el bolso en el que guardaba el T'tka Halot. No estaba dispuesta a separarse de aquel libro ni por un segundo. En cuanto vio que se aferraba el bolso, el hombretón lo miró gruñendo y trató de arrebatárselo. Aunque el asalto la había sorprendido, Eryn se percató de que al hombre le faltaba la lengua.

Eryn se maldijo. Le había mostrado la página para averiguar si llevaba el libro encima, y ella misma se había delatado.

El hombre la apretaba con mucha fuerza; en cuanto hiciera el más mínimo esfuerzo, la disputa por el antiguo volumen acabaría antes incluso de empezar. Eryn deslizó su mano libre al interior del bolso. Tan pronto sus dedos acariciaron el lomo de cuero, las sombras serpentearon por su mente y vio que debía hacer para proteger el libro y recuperar la última página.

-¡Socorro! -gritó Eryn-. ¡Me están robando el bolso!

El hombretón soltó el bolso de Eryn y se apartó de ella, viendo que varios muchachos con chaquetas deportivas se acercaban para ayudarla. Se movió con una velocidad pasmosa para alguien de su tamaño. Eryn no esperó a que llegaran sus salvadores y corrió en dirección contraria, hacia su coche.

Cuando llegó al vehículo, arrojó el bolso con su valioso libro al asiento del copiloto, se puso tras el volante y condujo apresuradamente por las calles del campus. Al cabo de varios minutos de búsqueda infructuosa, metió la mano en el bolso para palpar el libro y tuvo otra revelación. Ahora que ya sabía dónde buscar, no le costó mucho encontrarlo, sobre todo con aquella chaqueta tan característica. Eryn pisó a fondo el acelerador.

El hombretón salió despedido por el impacto. La colisión fue tan fuerte que el vehículo salió despedido por el impacto. La colisión fue tan fuerte que el vehículo se detuvo casi en seco, como si se hubiera estampado contra una pared de ladrillos. Eryn bajó del coche y corrió hacia donde yacía el hombre, hecho un guiñapo sanguinolento entre unos rosales. Disfrutó de la ironía mientas hurgaba en sus bolsillos y se apoderaba del último trozo de lo que le pertenecía por derecho. por fin podría emprender el viaje a Siria y visitar la biblioteca de Ebla para llevar a cabo el ritual.

Al volver a su coche, Eryn sintió un repentino impulso y regresó junto al hombretón. Se arrodilló a un lado y comprobó su pulso. Nada.

-Ya no va a necesitar esto -dijo.

eryn cogió la rosa de la chaqueta del hombretón y la metió en una de sus horquillas. Sintió que le quedaba bien, aun estando marchita. Ya le pondría remedio cuando hubiera completado el ritual.

Nada más le ataba a Miskatonic, así que Eryn Cochwyn subió a su coche y se marchó. Confiaba en llegar al aeropuerto antes de que las autoridades la alcanzasen

Parte 4 - El libro de las sombras

Marcus Jamburg recobró el conocimiento en una cama blanda y confortable. Los años de práctica ejerciendo el control total de la mente sobre el cuerpo impidieron que se moviera o abriera los ojos en el acto. Quizá no estuviera solo, y no había necesidad de que supieran que estaba despierto. Además, en la cama estaba cómodo y bien abrigado. La situación no tardaría en empeorar (como de costumbre), y no tenía intención alguna de precipitarse.

Mientra yacía, dio gracias al poder supremo que hubiera estimado oportuno salvarle la vida. Pues en efecto existían poderes supremos, y muy pocos, por no decir ninguno, eran benevolentes. Marcus estaba seguro de que llegaría el momento en que ese poder supremo, o más probablemente uno de sus esbirros, se presentaría para exigir compensación por aquel favor. Lo segundo que hizo su mente, sin ninguna decisión consciente por parte de Marcus, fue un inventario rápido de todos los objetos y lugares extraños que había visto en su vida.

Cuando terminó de repasar su catálogo mental y ofreció una última vez su gratitud por seguir con vida, abrió los ojos. Se encontraba en una elegante habitación de hotel.

Había dos personas junto a la inmensa ventana; un hombre sentado, y tras él una mujer de pie. La luz del día que inundaba la habitación entraba por la ventana que tenían a su espalda, así que Marcus no pudo distinguir más detalles que su ropa cara y perfectamente diseñada a medida.

-Ah, buenos días, señor Jamburg -dijo el hombre con educado acento británico-. Me alegra comprobar que médico no se equivocaba en su diagnóstico.

-¿Nos conocemos? -preguntó Marcus.

-Hasta ahora no -replicó el hombre-. Me llamo Nathan Wick, y ésta es mi socia Sarah Van Shaw. Nuestra organización lleva observándolo desde hace bastante tiempo.

Mala cosa, pensó Marcus.

-¿No me diga? ¿Y a qué organización ha dicho que representan?

-No lo he dicho -respondió Wick.

-Y me temo que aún es pronto para revelar nuestra identidad y nuestro propósito -tomó la palabra la señorita Van Shaw; Marcus decidió que le agradaba su voz, también con acento británico, pero con un deje musical, como si sus palabras formasen parte de una melodía-. Sin embargo, como lo estábamos vigilando, nos encontramos en posición de prestarle ayuda cuando fue atacado por cierto individuo de considerable tamaño.

-Desde luego -dijo Marcus-. Y ahora querrán que les devuelva el favor.

-Ya te dije que era muy listo -comentó Van Shaw a Wick.

-Y yo no lo dudaba -señaló éste, volviendo su atención hacia Marcus-. El pedazo de papel que pretendía robar en la casa de subastas es la última página de un libro que nos pertenece. En estos momentos obra en poder de Eryn Cochwyn. Su padre era un miembro de nuestra organización, pero al parecer ella prefiere ir por libre. Nos gustaría recuperar ese libro.

-¿Tengo elección? -preguntó Marcus.

-Siempre tenemos elección -replicó Wick-. No sufrirá ninguna repercusión directa si rehúsa. No obstante, si nos devuelve lo que es nuestro, recibirá una generosa gratificación.

-Le escucho.

-No somos los únicos interesados en sus actividades clandestinas. Hay otros que también le siguen de cerca. Hasta el incidente en la casa de subastas usted no se había llevado nada, y éste es uno de los motivos por los que ninguno de estos grupos interesados, entre los que se incluye el nuestro, había intervenido aún. Pero el robo de la página lo cambió todo. Nosotros podemos protegerlo.

-también podemos ayudarle con su pequeña obsesión -añadió Wick-. Le indicaremos el paradero de ciertos objetos y lugares que se dieron por perdidos hace mucho tiempo, tesoros tan maravillosos que ni siquiera usted con su experiencia actual sería capaz de comprender.

Marcus se levantó.

-Es demasiado bueno para ser cierto, ¿Cuál es la pega?

-El peligro que entrañan nuestros enemigos -contestó Wick-. Está usted adentrándose en un mundo más grande y aterrador que sus peores pesadillas. De un modo u otro, lo cambiará de manera irrevocable. Sería una pena dejar que un individuo como usted cambiase a peor. tenemos mucho que ofrecerle; con nosotros conocerá muchos más secretos de los que podría desentrañar por su cuenta.

-¿Si les consigo ese libro, me lo contarán todo?

-Al principio no -dijo Van Shaw-. Con el tiempo, cuando demuestre que es digno de nuestra confianza.

-Esta bien -concedió Marcus-. Lo haré.

-Excelente -dijo Wick poniéndose también en pie. Van Shaw y él se dirigieron hacia la puerta -. Encontrará todo lo que necesita en ese cajón que hay junto a usted -añadió Wick mientras salían.

Cuando se hubieron marchado, Marcus abrió el cajón. Encima de un sobre de papel manila había un colgante con la forma del símbolo alquímico de la plata.


Parte 5 - Una nueva alianza

Eryn sintió más que oyó al intruso desde su saco de dormir. Era un hombre de movimientos silenciosos. Aguzó el oído. Incluso con sus sentidos potenciados por la lectura del T'tka Halot apenas podía percibir su respiración. Era bueno. Eryn sabía que alguien la estaba vigilando; la seguía desde que llegó a Siria. No era de extrañar que no hubiera podido detectar su presencia hasta aquel momento.

Fingió moverse en sueños para colocarse en mejor posición. Deslizó la mano izquierda bajo la almohada, donde guardaba el T'tka Halot. La derecha la metió en el saco de dormir para agarrar su revólver. Dejaría que se acercara unos centímetros más; no quería arriesgarse a fallar el primer disparo.

* * *

Claro, lo tiene debajo de la almohada, pensó Marcus. ¿Dónde si no? Y o mucho se equivocaba (cosa que no solía ocurrir), o la muchacha se acababa de tensar, como si se dispusiera a pegarle un tiro.

-Haga el favor de levantarse ya, señorita Cochwyn -dijo Marcus-. Buen intento, pero ya me conozco ese truco.

Abrigaba la esperanza de que se hubiera dormido. Desde que encontró su rastro en Siria y la siguió hasta aquel antiguo lugar repleto de viejos pergaminos, tomos y tablillas (todos ellos en idiomas olvidados hacía eones por las menes de este mundo), Eryn Cochwyn no había dormido casi nada. Cuando no estaba rebuscando entre sus notas, se dedicaba a acariciar el libro que guardaba bajo la almohada y examinar el contenido de su petate. Para sorpresa de Marcus, Eryn se dio la vuelta y se incorporó. El retrocedió un paso; pero no porque le estuviera apuntando con un arma (por el modo en que temblaba, dudaba que fuese capaz de alcanzarle). No, dio un paso atrás al ver sus ojos, abiertos como platos, que lo miraban fijamente pero con expresión ausente. Las ojeras que los rodeaban hacían que pareciesen aún más grandes, como si ocupasen la mitad de su cara. Marcus pestañeó para cerciorarse de que no era así.

Cuanto más tiempo pasaba siguiendo a Eryn Cochwyn, esperando el momento idóneo para hacerse con el libro, más extrañas eran las reacciones de sus sentidos. Incluso tenía problemas para pensar con claridad.

* * *

Era un hombre atractivo, alguien con quien Eryn podría haberse planteado salir antes... ¿antes de qué?. ¡El libro! Sí, antes del libro. Parecía que había pasado tanto tiempo... pero es que así era. Quizá no del modo en que la gente normal percibe el paso del tiempo, pero su mente había evolucionado más allá de las limitaciones del tiempo lineal. Y pronto también lo haría su cuerpo. Cuando completase el ritual. Los estragos físicos del tiempo ya no le afectarían. Eso es lo que decían las traducciones. Pero primero debía llevar a cabo el ritual.

-Te he visto -dijo Eryn-. En el pasado y en el futuro. Buscas sabiduría... igual que yo.

El hombre se pasó la lengua por los labios. Había acertado. ¿Fue suerte, u otra cosa? Cada vez tenía más revelaciones sobre su entorno sin necesidad de tocar el libro. Parecía como si las sombras se deslizasen y escurriesen por su mente en todo momento.

-Podemos celebrar juntos el ritual -continuó ella-. Y luego nos liberaremos del miedo a la muerte, y podremos buscar el conocimiento y la comprensión del universo por toda la eternidad. Acompáñame en este viaje.

Cuando el hombre volvió a humedecerse los labios. Eryn supo que lo había convencido.

* * *

Marcus contuvo el aliento mientras pensaba en todos los años y siglos que tendría a su disposición para buscar objetos y lugares perdidos que guardar en su mente. No morir jamás lo convertiría en la mayor enciclopedia de lo misterioso y lo oculto. Con el tiempo nadie podría rivalizar con su conocimiento y su experiencia, ni siquiera Eryn Cochwyn, pues Marcus estaba convencido de que ya le llevaba una considerable ventaja.

Notó en su pecho el tacto frío del pesado colgante de plata. Seguramente Wick y Van Shaw se enfurecerían si no cumplía su parte del acuerdo, ¿pero qué podían hacerle si Marcus fuera inmortal? esperaría algunas décadas hasta que ya no supusieran ningún peligro, y él seguiría siendo libre para viajar y aprender.

-De acuerdo -dijo Marcus-. Me apunto.

Eryn esbozó una sonrisa tan hermosa como aterradora.


Parte 6 - Tocados por el abismo

Marcus sintió ganas de vomitar. Hacía bastantes más de una hora que Eryn había comenzado el ritual, y en ese tiempo le había bombardeado todo el espectro de emociones y sensaciones humanas: lujuria, amor, odio, alegría, tristeza, euforia, náusea y todas las demás. A medida que aquellos sentimientos lo inundaban para luego disiparse, comprendió algo. Sus pasiones estaban ligadas a su vida, y jamás habia sido tan consciente de su aprecio por los recuerdos que atesoraba en su mente como cuando se vio frente a aquellos ojos vacíos que lo miraban tras las gafas de montura roja, y cuando el hombretón lo atacó.

¿Y qé si acabaría muriendo? ¿Qué valor tenía la inmortalidad si el precio a pagar eran todas sus pasiones?

Miró a Eryn, envuelta en las energías arcanas liberadas por el ritual, que la engullían y hasta parecían fluir a través de su cuerpo. Las runas grabadas en la piedra de aquel antiguo lugar refulgían con la misma energía carente de color. Podía quedarse con su inmortalidad. ¿De qué le serviría él? Lo único que necesitaba era el libro. Con todo lo que había visto y descubierto desde su encuentro con el hombre sin ojos, Marcus sabía que su mejor baza era aliarse con Wick y Van Shaw.

intentó moverse, pero no tenía fuerzas suficientes para luchar contra las energías que lo rodeaban.

-No.

Profirió aquella palabra con los dientes apretados como si fuera una maldición. Aquello era peor que la muerte. Vivir sin sentir. De algún modo, en su fuero interno, donde sabia que existían otros mundos y lugares superiores, Marcus supo que si se quedaba hasta el final del ritual tendría que renunciar a sus pasiones.

Oyó una carcajada procedente del otro extremo de la biblioteca. Allí entre las sombras vio una figura que le devolvía una mirada desprovista de ojos.

-¡No!- esta vez sonó como si intentase conjurar algún mal-. ¡No!

Y al decirlo, la mente de Marcus hizo acopio de todas las cosas maravillosas, extrañas y terribles que tenía grabadas. Aquellas imágenes reforzaron su ánimo, y aunque no fue capaz de mover los pies, Marcus reunió suficiente fuerza de voluntad para llevarse las manos al cuello y quitarse el colgante. Si algo sabía de los rituales mágicos es que eran muy inestables.

-¿Qué estas haciendo?-gritó el hombre sin ojos-.¡Eres uno de los nuestros!

Marcus se rió de lo estúpido que era el hombre si ojos si de verdad creía aquello, y luego arrojó el colgante a las llamas verdosas de una de los braseros.

El ritual estalló. Una oleada de fuerza levantó a a Marcus del suelo y lo estampó contra una pared.

Cuando logró ponerse en pie a dura penas, no estaba seguro de si llevaba horas inconsciente o si sólo había estado aturdido un bebe instante. Oleadas de energía recorrían la habitación. El hombre sin ojos intentaba vadearlas para llegar hasta el cuerpo de Eryn, que yacía en el suelo junto al T'tka Halot.

Mal asunto. Aun cuando el hombre sin ojos no caminaba con paso firme, si se apoderaba del libro las cosas se pondrían muy feas.

En vez de adentrarse en el torrente de energía, Marcus corrió hacia el petate de Eryn. No tardó mucho en encontrar el revólver. El hombre sin ojos ya casi había llegado al libro cuando Marcus le disparó. Erró el tiro, pero el hombre se detuvo en seco.

-¡Estás loco!- gritó el hombre sin ojos -Sí-respondió Marcus sin dejar de apuntarle con el arma

Con sumo cuidado, Marco se abrió paso a través del caudal de energía residual desatada por el ritual.

Cuando se mano se cerró en torno al T'tka Halot, Eryn lanzó un aullido inhumano y se abalanzó sobre Marcus. Sin dudar, el ladrón volvió la pistola hacia ella y abrió fuego. Uno, dos, tres disparos alcanzaron a Eryn en el pecho. Aparecieron tres círculos oscuros en su camisa, y Marcus no pudo evitar fijarse en lo mucho que se parecían a flores abriendo sus pétalos.

Eryn cayó hacia atrás, sobre una columna de un reluciente fulgor blanco anaranjado.

Cuando Marcus recobró el conocimiento, no sabía si considerarse afortunado por haber salido despedido cuando la antigua biblioteca explotó. Por lo menos seguía teniendo el T'tka Halot en su mano. Ahora sólo tenía que reunirse con Wick y van Shaw. Quizás algún dá conociera lo suficiente a la señorita Van Shaw como para llamarla Sarah.

* * *

Varias horas más tarde, Eryn se puso en pie.

-Bie‪nvenida a la familia -dijo el hombre de las gafas de montura roja

-Gracias-respondió Eryn mientras se ajustaba la rosa prendida al cabello, que ahora lucía un esplendoroso color escarlata.

-¿Quieres que vayamos a recuperar tu libro?-preguntó el hombre sin ojos.

-¿Para qué molestarnos?-replicó Eryn.-Ya ha cumplido su propósito; los Siete Portales se han abierto. Debemos prepararnos para Su llegada.

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