Categoría:El contrato de Yuggoth

De Wiki Cthulhu juego de Rol

Tabla de contenidos

Descripción

Este ciclo de Asylums Packs, el tercer ciclo, añade los subtipos de Lunáticos, Serpientes, Estudiantes y Tácticas a la reserva de cartas. El relato se centra, al menos en elprincipio, en Tyler Scindere, un asesino a sueldo del Sindicato que acaba de aceptar un trabajo que cambiará para siempre su forma de ver el mundo.


Historia

Parte 1 - Cuencas vacias

Lo primero que hicieron fue arrancarme los ojos. Lo que vino después fue aún peor. He robado, he matado, y ahora también puedo añadir el secuestro a mi curriculum, pero no voy a mentir. No soy lo que se dice una "buena persona". Merezco todo lo que me hicieron, todo aquello y mucho más. Pero ser merecedor de un castigo no hace que sea más fácil sobrevivir a él. Y por lo que he aprendido, sobrevivir tampoco ayuda a creer.

El negocio andaba de capa caída. El sindicato prosperaba; sus enemigos estaban ocultos o muertos. Es lo que tiene ser el mejor en mi trabajo. Corno ya no había nadie a quien matar, Danny O'Bannion me preguntó si quería ayudar a uno de sus contactos a conseguir un espécimen humano. En nombre de la ciencia, me dijo.

Aceptar el trabajo fue mi primer error. Soy un sicario; mi trabajo no consiste en capturar con vida a mis víctimas. Los honorarios eran demasiado buenos para ser ciertos, y ahora que lo pienso, no preguntar por qué pagaban tan bien fue mi segundo error. O'Bannion me puso en contacto con la chica, me gané su confianza y la rapté. Y miradme ahora.

¿Que por qué me han quitado los ojos? Creo que es porque ofrecí resistencia. Maté a uno cuando me atacaron en la cueva, y los demás se abalanzaron sobre mí. El forcejeo, el frío y aquella niebla helada...

Inconsciencia.

Agonía.

Desperté de la misericordiosa oscuridad y abrí los ojos justo cuando una garra quitinosa me arrancaba uno de ellos. ¿Una garra? Sí, creo que eso fue lo que vi, aunque bien podría haber sido una percha, un punzón de picar hielo o incluso un lápiz roto. Me costaba concentrarme, dadas las circunstancias. La garra continuó hurgando a través de mis apretados párpados hasta arrancarme el otro ojo del cráneo.


Entonces oí los gritos. Los feroces aullidos de angustia de alguna bestia inhumana estremecieron la habitación y la mesa sobre la que me habían atado. Fuera lo que fuera, estaba muy cerca y sonaba muy fuerte^Deduje que debía de tratarse de un ser_enorrne. Me pregunté qué sería lo que le causaba tanto dolor.

Hubo un instante en que llegué a plantearme si los gritos no serían producto de mi imaginación. ¿Acaso eran meras alucinaciones? Poco a poco empecé a recuperar la consciencia, entre destellos ocasionales y breves imágenes. Al principio sólo podía percibir una tenue luz verdosa; luego captaba fugaces movimientos más allá de la luz, al otro lado de mi campo de visión. Con el tiempo estas visiones se volvieron cada vez más largas y frecuentes. Las grotescas y pavorosas siluetas que se movían

al otro lado del velo de calina verdosa y la nueva realidad de mi visión fueron cobrando nitidez. Deseé poder cerrar los ojos para no verlo, pero cuál no sería mi horror al descubrir que no podía. Las visiones no desaparecían.

Entonces, durante sólo un segundo, como si mi mente estuviera jugándome otra mala pasada más, creí ver a la chica, la víctima a la que había secuestrado para cumplir mi "contrato"; estaba acurrucada en la esquina de una jaula. La alucinación no tardó en desvanecerse, y la oscuridad se cernió de nuevo sobre mí. No quise ni pensar en lo que podían estar haciéndole pues sabía que yo era el culpable.

Parte 2 - Contacto Visual

Yo era una estudiante aplicada. Iba a lo mío, no me relacionaba con nadie y nunca hice daño a nada que tuviera mayor conciencia de sí mismo que un insecto. Me limitaba a interactuar con el resto del mundo a través de la lente de mi microscopio. Contemplaba desde lejos a mis compañeros mientras paseaban con sus parejas bajo la agrietada ventana de mi laboratorio en el departamento de Biología del edificio Pagan. Los observaba, sí, pero siempre volvía la atención a mis investigaciones.

Se llamaba Tyler.

Lo vi por primera vez al salir del laboratorio; a las tres de la madrugada, como de costumbre, en una noche fría y nevada. Estaba de pie junto a la fuente de piedra negra que había en el centro del patio. Su larga y rizada melena ondeaba a su espalda, mecida por la fría brisa nocturna. Vestía una elegante gabardina larga y llevaba puesto un sombrero de copa negro. Al acercarme vi sus facciones; eran duras y angulosas. Su rostro lucía la sombra de una hirsuta barba de dos días. Tenía aspecto de luchador, como si estuviera listo para la acción en todo momento; pero se movía despacio, con una gallardía precisa, casi calculada. Levantó la mirada y sonrió al verme. Luego se dio la vuelta y se marchó, desvaneciéndose en la noche.

La noche siguiente volvió a colocarse junto a la fuente, y yo lo observé desde la ventana del laboratorio. Parecía que esperaba algo; ni se me pasó por la cabeza que fuera a mí.

Y así prosiguió nuestro ritual, noche tras noche, durante casi una semana. Ahora que lo pienso, debería haberme preguntado qué hacía allí, mirando fijamente una fuente congelada en un patio desierto, en plena noche. Estaba claro que no era un estudiante. ¿Acaso se había percatado de mi soledad? ¿Quizá me había visto como la marginada que yo misma considero ser? ¿Se preguntaría por qué pasaba las noches sola en el edificio de ciencias?

—Qué buena noche hace, ¿verdad?

Su voz me sacó de mis pensamientos. Era rica, grave y sensual, la primera que me había hablado en todo el fin de semana. Debería haberle ignorado; debería haber vuelto al laboratorio. Debería haber seguido caminando, con la cabeza gacha y sin mirar atrás. Pero tenía algo... y me detuve.

Le miré a los ojos, y un inesperado estremecimiento de anhelo me recorrió la espalda.

—Hace un poco de fresco —respondí temblorosa. —A mí me gusta así —sonrió él.

No supe qué contestar, y bajé la vista al suelo, incapaz de sostener su mirada. Tenía una de las manos metida en el bolsillo de su gabardina, y durante un instante creí que iba a sacar una pistola. Pero se limitó a darse la vuelta y mirar al cielo.

—¿Le importa que la acompañe?

No me importó. Paseamos juntos aquella noche, y la siguiente, y también la siguiente. Era ingenioso, simpático y galante; le entusiasmaba la biología, y cuando quise darme cuenta ya contaba las horas para reunirme con él. Una noche no apareció junto a la fuente como de costumbre, y al día siguiente tenía la moral por los suelos. Sabía que estaba colgada por aquel hombre de manera irracional, pero disfrutaba cada segundo. Tyler fue el primer hombre que había mostrado interés por mí, y me fascinaba todo lo relacionado con él, desde su actitud despreocupada hasta su ruda masculinidad, pasando por los rumores que lo vinculaban con la banda de O'Bannion. Cuando lo vi junto a la fuente a la noche siguiente, el corazón me dio un vuelco. Me fui directa hacia él; fue la primera vez en todo el semestre que salía del laboratorio antes del anochecer.

—¿Hoy sales antes? -me preguntó mientras cruzaba el patio. —Se avecina una tormenta. —Si quieres te llevo. Hoy tengo la furgoneta.

Ahora lo entiendo todo, el ominoso brillo de sus ojos que no presagiaba nada bueno. ¿Pero qué otra cosa cabía esperar? No tenía experiencia con los hombres.

—Está bien... —empecé a responder, pero mi voz se apagó antes de terminar la frase. Él ya se estaba alejando hacia el aparcamiento, y tuve que trotar para alcanzarlo.

Ni siquiera me di cuenta de que me estaba secuestrando hasta que llegamos a la cueva.

Parte 3 - El espécimen

Se llamaba Erin Moirai. Era una estudiante de la Universidad de Miskatonic. Se pasaba los días sin hablar con nadie y las noches completamente sola, como un inofensivo fantasma en una habitación vacía.

Me topé con ella por primera vez mientras exploraba el campus universitario, y me di cuenta enseguida de que no mantenía ningún tipo de relación con los demás estudiantes. Su aislamiento la convertía en blanco fácil. Era tímida, cohibida y temía el rechazo, por lo que hacía todo lo posible para encajar sin llamar la atención. Aquello era ideal; nadie se daría cuenta de que había desaparecido.

Según tenía entendido, su investigación había despertado el interés de los clientes de O'Bannion, y querían interrogarla. Lo cierto es que tampoco me interesaban sus motivos; cuando uno trabaja para la banda de O'Bannion, lo más prudente es no hacer demasiadas preguntas. Pasé las dos semanas siguientes observándola, familiarizándome con mi objetivo. Memoricé sus costumbres, sus tendencias y sus pautas de comportamiento. Sopesé las mejores formas de proceder a su secuestro.

Con un peinado favorecedor y algo de estilo, algunas chicas pueden ser pasables. Erin Moirai no era una de ellas: por mucho que se arreglase, no conseguiría gran cosa. Era alta y desgarbada, de brazos angulosos y piernas demasiado largas para su cuerpo. Su cabello lacio era de color castaño claro y no destacaba en absoluto; ocultaba su diminuto y apocado rostro tras un enorme par de gafas que le cubrían la mayor parte de la cara. No era de extrañar que fuese el ratón de biblioteca del departamento de Biología. Era obstinada y meticulosa; repetía sus experimentos una y otra vez, pues sus resultados nunca la contentaban del todo. En definitiva, las largas noches que pasaba en su laboratorio, unidas a su deseo natural pero reprimido de contacto humano, la convertían en presa fácil.

Fundamentos básicos del secuestro: utiliza la violencia sólo como último recurso.

Estaba preparado por si ofrecía resistencia; quizá tuviera que perseguirla, derribarla y forcejear con ella hasta inmovilizarla. Pero no tuve que llegar a ese extremo. La noche que por fin hablé con ella en la fuente, delante del edificio de ciencias, no hicieron falta más que una sonrisa, unas cuantas palabras amables y la oferta de acompañarla a casa para granjearme su amistad. Una semana después se subía en mi furgoneta por voluntad propia. Y fue entonces cuando puse en marcha mi plan, tal y como lo había ensayado con Danny.

—Dime, Erin, ¿,has estado alguna vez en la cueva de la colina? —No. ¿Qué es? —Es un conocido paraje local. Dicen que allí cayó un meteorito hace varios años. Los lugareños comentan que cuando la noche está despejada todavía pueden verse colores fantasmagóricos sobre ella. —¿En serio? ¿Y cada cuánto pasa eso? -Preguntó, aparentemente fascinada. —Últimamente se han visto con bastante más frecuencia. No ocurre todas las noches, pero casi. —¿Y queda muy lejos?

Me lo estaba poniendo muy fácil.

Continuamos charlando mientras conducía hasta la cueva de la colina. Sobre nuestras cabezas titilaban pálidas luces verdosas; esa parte no me la había inventado. Salimos de la furgoneta y ascendimos colina arriba para verlas mejor. Mientras subíamos, me di cuenta de que me había cogido de la mano. Tiene gracia cómo pasan estas cosas. Y entonces nos dispusimos a entrar en la cueva.

En aquel momento, unos seres amenazadores emergieron de las tinieblas que nos rodeaban. Erin chilló y trató de darse la vuelta para esconderse detrás de mí. De haber seguido mi instinto la habría protegido, pero soy un profesional y sabía lo que tenía que hacer. La sujeté por ambos brazos y le até las muñecas mientras aquellas pesadillas inhumanas se acercaban a nosotros. No sabía qué eran, pero no estaba dispuesto a quedarme para averiguarlo. Se la llevaron a rastras mientras me dedicaba una última mirada de sorpresa, furia y traición. Y entonces se lanzaron sobre mí. Me cogieron desprevenido y no tuve ocasión de desenfundar la pistola. Recibí con un puñetazo a la monstruosidad más cercana, un borrón fúngico de alas, antenas y apéndices que cargaba contra mí. El ser acusó el golpe y se desplomó sobre el suelo de la caverna. Un rayo de esperanza cruzó mi mente y me giré hacia otra de las criaturas de pesadilla que se abalanzaba sobre mí, pero antes dé pudiera reaccionar me envolvió en una espantosa y gélida bruma. Todo se desvaneció, y ya no sentí nada más que el frío.

Parte 4 - Enjaulada

Estaban dentro de mi mente. La intrusión fue perniciosa; hurgaban con la fría curiosidad de un científico que disecciona un nuevo espécimen. Estaban intrigados por mi investigación, por mi propia perspectiva de la vivisección. Querían apropiarse de mis técnicas y añadirlas a las suyas propias.

Me habían encerrado en una espaciosa cámara, entre un surtido de fieras alienígenas. Mi jaula, para ser una jaula, no estaba tan mal; por lo menos estaba mejor alojada que el "perro gusano"; así había bautizado a la criatura que guardaban al otro lado de la cámara, dentro de un foso de paredes lisas. Mejor incluso que los seres-pájaro que habían encadenado con collares de pinchos a una estructura central parecida a un árbol. Yo al menos tenía un colchón.

Lo peor era la hora de la comida.Una de aquellas criaturas alienígenas encorvadas salía de la oscuridad y deslizaba un cuenco de burbujeante "estofado" marrón a través de la escotilla de mi jaula. Y cuando me lo comía, volvían a introducirse en mi mente, comprobando la repugnancia que me producía engullir aquella nauseabunda sustancia.

Cada cierto tiempo me sacaban de la jaula y me conducían a través del complejo subterráneo hasta otra cámara, donde me aguardaban un nuevo espécimen y un nuevo instrumental. Un roedor escamoso, erizado de pinchos y con numerosos ojos a lo largo de su espina dorsal. Una babosa enorme, de pellejo aceitoso y con pelos como cerdas, provista de patas delanteras y una cabeza similar a la de un lobo. Una criatura correosa, parecida a un murciélago, con una envergadura de alas de más de un metro y una cola terminada en tres pinchos. Siempre me presentaban criaturas horripilantes, tan ajenas a este mundo como distintas entre sí: en resumidas cuentas, el sueño de todo biólogo. Las diseccioné a todas bajo el constante escrutinio de mis captores, fascinados por mi técnica y mis procesos mentales, pero que siempre manifestaban una indiferencia total hacia mis resultados.

Me devolvían a la jaula después de todas las disecciones, y allí pensaba en Tyler. No podía quitármelo de la cabeza; su traición me llenaba de ira. ¡Qué vergonzosamente ingenua había sido! ¿Por qué iba un hombre fuerte, atractivo y encantador a fijarse en una científica feúcha y solitaria como yo? Pero aun así... me había hablado, me había escuchado y sostuvo mi mano mientras subíamos por la colina.

Ellos no podían atravesar mis sentimientos, si es que eran capaces de percibirlos. Tyler se convirtió en mi escudo mental, el objeto que afianzaba mis pensamientos y emociones cada vez que necesitaba expulsar de mi mente a los intrusos. Sondeaban mi mente con total impunidad cuando pensaba en lo que les resultaba familiar, cuando me convertía en la fría y calculadora científica que esperaban que fuera. Pero cuando pensaba en Tyler y daba rienda suelta al torbellino de emociones que me suscitaba, huían espantados. Aquella defensa me permitía dormir en la jaula, donde soñaba con la primera vez que le miré a sus cautivadores ojos marrones.

Las disecciones continuaron durante lo que parecieron ser días, puede que incluso semanas. Perdí la cuenta del número de criaturas a las que había mutilado, y acabé acostumbrándome a la peculiar sofisticación de su instrumental alienígena. Estaba sola y no tenía nadie con quién hablar, pero ¿acaso mi nueva existencia era peor que la anterior?

El experimento final comenzó como cualquier otro. Una de las criaturas vino a la sala de especímenes y abrió mi jaula. Volví a notar su presencia en mi mente; otro día más en el laboratorio. Hice cuanto pude por mantenerme alejada del hedor que desprendía mi carcelero mientras avanzaba con paso largo y tambaleante, tirando de mi collar. Atravesamos un sinuoso corredor, pasamos junto a varias aberturas y finalmente llegamos a lo que parecía ser un almacén. Allí entramos en uno de los numerosos laboratorios de reducidas dimensiones que estaban aislados de los demás por una especie de pantalla.

Al fondo de la sala, atado a una extraña mesa de operaciones y con un par de cuencas vacías donde antes estaban sus ojos, yacía Tyler Scindere.

Parte 5 - Un regalo para los ojos

Lo peor de todo era que ni siquiera podía cerrar los ojos. Sería lógico pensar que, en mi situación, la ceguera era una bendición. Pero no era así.

Mis ojos seguían intactos... dentro de un tarro. Todavía no acabo de comprender la situación, y es probable que nunca lo haga. Mediante alguna inexplicable manipulación fruto de una tecnología siniestra, mis ojos aún podían ver, y transmitían a mi mente quebrada el horripilante producto de su percepción.

El tarro estaba lleno de un líquido verdoso que relucía tenuemente. Lo habían colocado en una estantería situada en un largo corredor, entre una interminable sucesión de tarros parecidos, cada uno de los cuales contenía un par de ojos extirpados. ¿Durante cuánto tiempo habían estado recolectando y estudiando nuestros órganos aquellos espantosos científicos inhumanos? El tamaño del almacén sugería que llevaban ya bastante tiempo haciéndolo.

La única fuente de iluminación del almacén era el fantasmagórico fulgor procedente de los tarros. El líquido era relajante. Aún conservaba cierto grado de control sobre mis ojos, que flotaban en aquel líquido llevándome al borde de la locura. Podía moverlos de un lado del tarro al otro, donde veía otro par de ojos que siempre me devolvían la mirada. Resultaba aterrador. En otras ocasiones, parecía que mi visión no me pertenecía; cuando uno de aquellos monstruos avanzaba pesadamente por el almacén, mis ojos se clavaban en él del mismo modo que lo haría cualquiera, sin poder evitarlo, para contemplar el ensangrentado amasijo de un accidente de carretera.

El sueño me producía una intensa angustia. Dormía con ambos ojos abiertos, pues era incapaz de cerrarlos. Mis sueños se confundían con la realidad de la vigilia como si fueran una alucinación demencial. Una vez soñé con mi cuerpo: vi mi rostro, desfigurado por un par de ensangrentadas cuencas vacías; mi cuerpo recorría el almacén con los brazos extendidos, tropezando y buscando a tientas para acercarse a mi campo de visión, pues su intención era recuperar el tarro con mis ojos. Fue al mismo tiempo la pesadilla de una locura irreversible y el momento más feliz de toda mi vida.

A veces una de aquellas criaturas entraba en el almacén y movía el tarro: las sacudidas me mareaban y desorientaban mientras mis ojos se agitaban en el interior del tarro y el líquido burbujeaba y hacía espuma. Aquello no parecía obedecer a ningún propósito más que la mera curiosidad científica. Atado a mi catre como estaba, sometido a pinchazos y agujas, mi visión daba vueltas hasta sumirse en el caos.

Pero su experimento más cruel consistía en sacar uno de mis ojos del tarro y separarlo de su compañero. Mi visión se distendía y se veía borrosa -medida que los alejaban, y finalmente todo acababa solapándose, como cuando te acercas las palabras de un libro sin detenerte a enfocarlas correctamente. Pronto sufría desorientación, dolor de cabeza y náuseas, pero me resultaba imposible cerrar los ojos para bloquear la acometida de estímulos visuales.

Y así pasaba el tiempo, mis días, mi horror personal. Los experimentos prosiguieron, uno tras otro, cada cual más perturbador.

Hasta que un día oí su voz...

Parte 6 - El contrato

-¿Tyler?

Un par de cuencas vacías desfiguraban su rostro. Entonces él también había sido engañado y secuestrado, y ya habían empezado la disección que yo habría de terminar. Los crueles científicos alienígenas se detuvieron en el corredor y me observaron mientras entraba en el laboratorio.

Había varios objetos dispuestos sobre un pedestal junto a la mesa de Tyler: un puñado de vendas ensangrentadas recién retiradas, una pequeña esponja que flotaba en un cuenco del líquido verde brillante que utilizaban como conservante y un juego de las largas cuchillas de hoja estrecha que hacían las veces de escalpelos. Pude sentir la presencia alienígena en mi mente: querían saber si tenía redaños para diseccionara un miembro de mi especie.

—¿Erin? —Calla, no hables —le susurré. Cogí la esponja con una mano y enjugué las maltrechas cuencas vacías de Tyler.

Volví a experimentar aquel torbellino de emociones, y pude sentir que las criaturas luchaban contra ellas. Tenía que aprovechar el momento. Cogí el escalpelo más largo y corté una de las correas que lo sujetaban con un gesto rápido y decidido. Tyler notó que la correa cedía, y se llevó la mano al rostro, sorprendido. Los dos alienígenas del corredor entraron a toda prisa mientras seccionaba las correas del otro brazo de Tyler. y luego las que sujetaban sus piernas.

—¡Por aquí! —grité, lanzándome contra la criatura más cercana con el escalpelo en ristre. Tyler no tardó en caer sobre ella con toda su ferocidad y descargó una lluvia de puñetazos, cabezazos y adrenalina hasta reducir al monstruo a un amasijo deshecho tirado en el suelo. El otro empezó a manipular uno de los extraños dispositivos generadores de niebla que tenían en todos los laboratorios como medida de precaución. Intentó apuntarle con él, pero salté sobre su lomo mientras gritaba el nombre de Tyler. El ser se revolvió, soltó el arma y consiguió zafarse de mí, pero Tyler ya estaba sobre aviso y lo derribó. Forcejearon en el suelo; pese a estar ciego, sus instintos marciales le permitieron deshacerse con facilidad del monstruoso científico. Un instante después se separó del cadáver; yo me acerqué y lo cogí de sus manos para ayudarle a ponerse en pie.

—¿Hay más de estas cosas? —preguntó. —Creo que no, pero deberíamos salir de aquí. Hay otras... criaturas. —Tengo que recuperar mis ojos. Todavía pueden ver. Están en una especie de almacén —respondió. Yo conocía el lugar, y sabía que esos monstruos conservaban todos los órganos de todas las disecciones que llevaban a cabo. —Sígueme.

Eché a correr pasillo abajo llevando a Tyler de la mano. Llegamos al almacén, un lugar inmenso y espeluznante. Había numerosas estanterías repletas de tarros con distintos órganos conservados: corazones, hígados, riñones, orejas, cerebros y sí, ojos.

Cientos, si no miles, de ojos extirpados se giraron al mismo tiempo dentro de sus tarros para observarnos cuando entramos en el pasillo de los globos oculares. Me estremecí pensando en lo que le habría ocurrido a sus cuerpos. Tyler se detuvo y abrió la boca confundido, pero luego esbozó una sonrisa triste. Comprendí que sus ojos acababan de ver su cuerpo. Me soltó la mano y se abrió paso a tientas por entre los estantes, con las manos extendidas para orientarse y mantener el equilibrio. Su vista le guiaba desde lejos. Yo lo seguí algunos pasos por detrás.

Tyler se detuvo y se volvió hacia una de las estanterías. Estiró los brazos hacia uno de los tarros que había sobre su cabeza, y fui testigo de la demencial reunión del cuerpo y sus ojos. Cogió el tarro del estante y lo acunó en sus brazos con ternura, en actitud protectora, como lo haría un padre con su recién nacido.

—Vamonos —dijo, y luego me extendió el tarro a regañadientes—. Será mejor que lo lleves tú. Si nos topamos con más de esas criaturas, necesito tener los brazos libres. Sostenlo en alto para que pueda ver. Y así nos marchamos de los laboratorios que había bajo la cueva de la colina. Poco a poco fuimos avanzando por los tortuosos pasadizos de la caverna, y finalmente salimos a la brillante luz del amanecer. Ignoro cuánto tiempo estuvimos prisioneros, pero parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que vi el sol.

Cuando estuvimos fuera de la cueva, Tyler se volvió hacia mí para quitarme el tarro sin pronunciar palabra alguna de alivio, disculpa o incluso gratitud. Rápidamente introduje mi mano en el líquido y rodeé uno de sus ojos con los dedos.

—No des ni un paso más —dije, apretando un poco. Él lo notó y se detuvo—. Así me gusta. Vamos a tener que llegar a un pequeño acuerdo...

y ahora estamos juntos, unidos por un "contrato" mucho más vinculante que ningún otro, ya fuera encargado por O'Bannion o por esos extraños científicos.

Tyler Scindere me ha robado el corazón. Pero yo tengo sus ojos

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