Categoría:Reliquias del Pasado

De Wiki Cthulhu juego de Rol

Tabla de contenidos

Descripción

Este ciclo se centra en la influencia global de los primigenios y en las personas y objetos de poder que les sirven o se oponen a su causa.

Historia

Parte 1 - El velo del conocimiento

Una puerta se abrió perezosamente al fondo del callejón, y Charmagne Constance se convenció a sí misma de que el hormigueo de su nuca lo había provocado el pasar de la avenida polvorienta a aquella penumbrosa callejuela. Sí. Como también hizo que se enfriara repentinamente el sudor que le corría por deti'ás de las orejas, por los costados y por las piernas. No tenía nada que ver con la oscuridad que aguardaba al otro lado de la puerta, como una especie de vacío que amenazaba con engullirla. Había mantenido correspondencia con Nigel St. James durante la mayor parte del año, y gracias a él pudo concentrar sus aptitudes para defenderse de quienes intentaban aprovecharse de ellas. Charmagne hizo acopio de valor y se dirigió hacia la puerta.

El callejón estaba cubierto de basura en la que dormitaban medio camuflados varios vagabundos con la clara intención de refugiarse del calor del mediodía. Frente a la puerta había sentada una anciana con el rostro surcado de arrugas. Entre sus labios se consumía un cigarrillo liado a mano, y a su alrededor había diseminadas al menos media docena de botellas. La mujer tenía la mirada perdida en algún lugar o momento lejano. Charmagne llegó a la puerta y se asomó al interior.

—¿Señor St. James? Soy Charmagne. ¿Puedo pasar? —Adelante —respondió una voz grave—, pero sólo si me llama Nigel. Creo que deberíamos tratarnos como iguales. Puede que mis conocimientos sean considerables, pero su talento supera con creces al mío.

Charmagne entró en el edificio. Se mareó al inhalar el humo acre que flotaba en el interior. Vio a un hombre voluminoso recostado en un sillón de mimbre. Aunque vestía un traje impecable hecho a medida, las lorzas de sus brazos y caderas desbordaban los brazos del asiento. Tenía delante una bandeja de pastas, colocada sobre la mesa junto a un narguile de gran tamaño.

—Por favor, siéntese —dijo Nigel señalando con un ademán la silla que tenía enfrente—. Veamos cómo pueden sus talentos utilizarse al servicio del Crepúsculo de Plata.

Charmagne tomó asiento. Nigel abrió el narguile y lo llenó de tabaco. Después cogió un pétalo de rosa desecado y lo depositó sobre el tabaco antes de prenderlo. Dio una calada, y la habitación se enrareció aún más con el humo. Charmagne tosió; la cabeza le daba vueltas. Veía cada vez más borroso a Nigel.

—Ah, sí —continuó él. y su voz pareció proceder de muy lejos—. No cabe duda de que su talento nos será de gran utilidad.

Horas más tarde, al ponerse el sol, la anciana marchita que aguardaba sentada frente a la lóbrega entrada se hizo a un lado. La preciosa muchacha que había entrado para ver a Nigel St. James estaba a punto de salir.

La chica emergió del umbral arrastrando los pies y se desplomó en el suelo. Tenía sus oscuros ojos tan hundidos que casi semejaban cuencas vacías. Sus labios ya habían comenzado a perder grosor, y aparecieron las primeras arrugas en el dorso de sus manos. Los cabellos, ahora desaliñados, exhibían numerosas vetas grisáceas.

—Esto te ayudará a mitigar el dolor — dijo la anciana mientras le pasaba un cigarrillo; ella misma también había envejecido hacía tan sólo unos meses. —¿Durante cuánto tiempo? —preguntó la ya no tan agraciada chica. —Hasta que tu talento ya no le sirva. —¿Y luego?

La anciana señaló a los vagabundos que yacían desperdigados por el callejón; sólo que ya no eran vagabundos, sino cadáveres.

La muchacha que una vez fuera Charmagne dio una calada al cigarrillo y cogió una de las botellas.

Parte 2 - Un nuevo propósito

La sombrilla, al igual que el propio sueño, era de color rojo.

Lu despertó bruscamente de la pesadilla, lanzando un grito desgarrador mientras sus manos aferraban convulsivamente las sábanas. Miró su cuerpo, y comprobó que estaba empapada en sudor, no en sangre. Se afanó por serenar su respiración y dominar el pánico que la atenazaba.

Lu intentó recordarla pesadilla, pero fue como intentar atrapar humo con las manos: cuanto más se esforzaba, más deprisa se evaporaba. Su mente sólo había logrado retener una imagen: la sombrilla. Había algo en ella que se le antojaba importante. Horriblemente importante.

No sin esfuerzos, Lu consiguió apartar de su mente aquella terrorífica noche. Llegaba tarde a al reunión con su tío Pan, y hacerlo sería inadmisible. ya desde os ocho años sabía que no era sensato contraria a su tío.

* * *

-No volverás a llegar tarde, ¿verdad que no, Lu Chu?-dijo su tío, con un tono de voz agudo y algo aflautado. Era un hombre menudo, apenas quince centímetros más alto que Lu.

-No, honorable tío.

-Excelente. ahora llévale este paquete a sifu Lau. Harás exactamente lo que te diga. En todo momento. Sin preguntar. Jamás. ¿Ha quedado claro?

-Sí, honorable tío.

-Excelente. Cuando acabe tu adiestramiento, te entregará otro paquete. Debes traérmelo de inmediato. Después podrás volver a casa -concluyó, y habiendo dicho esto se volvió hacia un hombre grande y musculoso que había arrodillado detrás de él. Así postrado, quedaba más o menos a la misma altura que su tío. Lu dio media vuelta y se marchó rápidamente. Había visto vergüenza en los ojos del hombre arrodillado. Vergüenza... y miedo.

* * *

Sifu Lau era un hombre severo y exigente. No carecía de sentimientos, era propenso a reír y esbozaba sonrisas con suma facilidad, pero las órdenes que impartía a sus alumnos los dejaban maltrechos y temblorosos mientras él reía a mandíbula batiente.

Entrenó a Lu tanto como a sus demás alumnos, mostrándole una guardia, un paso o un movimiento del brazo, para que ella lo imitase y luego practicara por su cuenta hasta que él quedara satisfecho. Al final del día siempre estaba agotada física y mentalmente.

Cuando sifu Lau la liberó por fin, con un pequeño paquete para su tío, le dolían los huesos, pero también se sentía curiosamente vigorizada. Caminó tan deprisa como se lo permitieron sus fatigadas piernas. Al atajar por un callejón se topó de bruces con una mujer a la que no había visto nunca antes. Lu agachó la cabeza rápidamente a modo de disculpa por su torpeza, pero la mujer se limitó a seguir caminando como si ni siquiera hubiera reparado en su presencia. Lu le echó una mirada de reojo sin levantar la cabeza; la mujer vestía de gris y llevaba una sombrilla carmesí en la que danzaba un dragón.

Lu dio un respingo. Aquella sombrilla... la había visto antes. Estaba convencida de que era la misma que la de sus sueños. Un pétalo de rosa roja pasó revoloteando junto su rostro y se adentró en el callejón. Lu salió de su ensimismamiento; no tenía tiempo de seguir a aquella muer, debía llevarle el paquete a su tío. El callejón la llevó a lo que antes fuera un mercadillo callejero, pero que alguien había convertido en matadero. Las paredes, los adoquines de la calle, los carromatos; todo estaba cubierto de sangre. Y la gente había sido despedazada, y de sus cuerpos destrozados no quedaban más que pedazos sanguinolentos.

* * *

Lu no recordaba cómo llegó a casa de su tío Pan para entregarle el paquete, ni cómo regresó después a su propia casa. El único recuerdo que guardaba de aquella noche era la sombrilla roja con el dragón danzante. Una imagen salida de sus sueños y convertida en una pavorosa realidad. Tenía una macha roja en el hombro izquierdo, justo donde se había chocado con aquella muer. Se aplicó a conciencia en su entrenamiento y todas las noches volvía a su casa corriendo por muy cansada que estuviera, pues la embargaba el miedo a que la Mujer de la Sombrilla Roja fuera a por ella. Lu chu juró que se prepararía por si alguna vez llegaba aquel día. Se tragaría su miedo y moriría luchando.

Su traumática y estimulante infancia la convirtió en una mujer valerosa y apasionada.

Parte 3 - Un descubrimiento inquietante

Eryn se sentía bastante molesta. Ciertamente había conseguido un hueco en la expedición gracias a su labia, pero no había mentido respecto a su edad. Ahora estaba sentada en una espartana habitación del pueblo, adonde se había visto obligada a regresar después de que la "invitado a retirarse" del lugar de la excavación. Su entrevista con Erasmus Manor había sido corta pero intensa. Cuando hubo terminado, el hombre le dedicó una cálida sonrisa. Eryn creyó que había superado alguna clase de prueba, pero no habían pasado ni diez minutos cuando el profesor le ordenó que recogiera sus cosas y volviera al pueblo. Debía coger el primer vuelo de regreso a Estados Unidos.

Clavó la mirada en la cabeza de jade que decoraba su escritorio cojo. tenía docenas de páginas repletas de anotaciones y dibujos sobre aquel "artefacto de origen dudoso", descrito así porque desafiaba cualquier intento de clasificación. Eryn se frotó los ojos cansados. Pronto necesitaría gafas. Reprimiendo un bostezo, decidió que lo mejor era acostarse, al día siguiente, con la mente más despierta, se plantearía su situación desde una nueva perspectiva. Se metió en la cama, puso la cabeza de jade sobre la almohada y se quedó mirándola fijamente a los ojos hasta conciliar el sueño.

Se despertó con un sobresalto. Aún estaba mirándola los ojos de la cabeza. Entonces volvió a oír los fuertes golpes que la habían arrancado de sus sueños. Una voz la llamó con tono imperioso, primero en español y luego en un perfecto inglés marcado por un fuerte acento.

-Abra la puerta, señorita Cochwyn. Somos policías.

Eryn puso en orden sus pensamientos rápidamente. Se había llevado la cabeza sin permiso, pero no había tenido ocasión de catalogarla antes de ser expulsada de a excavación. Era imposible que estuvieran allí por eso.

-¿Sí?- preguntó mientras abría la puerta -Tiene que acompañarnos. Ha habido un... accidente en la excavación. Me temo que no hay supervivientes.

Eryn retrocedió conmocionada; su mente se negó a asimilar la noticia. No imaginaba qué clase de accidente podría haberse cobrado las vidas de todo el equipo. A menos que hubieran ofendido a unos contrabandistas.

Cogió su macuto, embutió dentro l a cabeza de jade y sus notas, y siguió a los dos agentes. Deben ser hermanos, pensó distraídamente. Los dos llevaban los mismos sombreros, chalecos oscuros y relojes de cadena a juego. Gemelos idénticos. Su mente se aferraba a cualquier coxa con tal de no afrontar la noticia.

* * *

Los cadáveres estaban dispuestos como si hubieran sido fulminados mientras trabajaban. Eryn paseó la vista por el lugar. No quería fijarse en las sábanas blancas que cubrían a quienes habían sido sus colegas. Desde la tienda de campaña observó un pétalo de rosa roja llevado por el viento que revoloteaba de sábana en sábana. De pronto tuvo una revelación y sacó de su macuto la cabeza de jade. La volteó y la giró en su mano siguiendo la espiral de una linea de glifos tallados que no había advertido en su exament preliminar. Lo que antes pareciera una sarta de palabras sin sentido de repente tomó la forma de una frase coherente.

-¿Señorita Cochwyn? Lamento que la hayan traído -dijo una voz. Eryn se dio la vuelta y vio a Erasmus Manor situado a pocos pasos de distancia. Estaba muy erguido y tenía la barbilla bien alta. Su piel tenía un tono muy saludable, y sus negros cabellos brillaban bajo el sol del atardecer. Había algo raro en su aspecto; por la mañana parecía cansado y marchito.

-yo pertenecí al mismo club social que su padre. Su muerte fue una trágica pérdida para todos nosotros -continuó, con un intenso brillo en su mirada.- Si alguna vez necesita algo, recuerde a la Orden. Su padre era un hombre muy importante para nosotros. Si le ocurriese algo malo a usted aquí, jamás me lo perdonaría.

Y tars decer aquello, dio media vuelta y se alejó.

Confusa, Eryn desvió su atención hacia la cabeza de jade. Los glifos decrbibían algo fonéticamente, per en ninguna de las lengua mayas que ella conocía. Eryn los leyó en voz alta.

-Pr és hamu ¿Mnden tartozk Er'nrawr?

¿Qué o quien sería Er'nrawr? Con la excavación clausurada, aquella era una pregunta para la que posiblemente no hallara respuesta jamás.

Parte 4 - El color del miedo

-Está más lúcido de lo habitual -dijo el doctor-. Vamos a repasar otra vez esa parte del frío desde la que empezamos el jueves pasado.

-Sí -respondió de mala gana el paciente mientras se movía nervioso en el diván-. A ver... -prosiguió, haciendo una pausa para inspirar profundamente-. Hay quienes dicen que el miedo es frío. Puede que para ellos, pero para mi no. Cuando me late el corazón con ese golpeteo constante, me quema hasta el fondo de mi alma. El sudor me chorrea por la espalda. No es agradable cuando uno corre por alguna selva, o por unas ruinas medio enterradas en las arenas del desierto. Aunque no está tan mal si te encuentras sepultado majo un manto de hielo y nieve.

-¿Eso le pasó en su expedición a la Antártida? -Sí -¿Por qué no entramos en más detalles? Sí conseguimos determinar el origen de su miedo, podemos trabajar en el modo de ayudarle a superarlo. -Bueno. Me había ocultado tras un montón de nieve acumulada bajo una columna de piedra, creo que podría ser de Atenas o quizá de Roma, de no haber sido por sus incrustaciones de brillante jade. A un metro de distancia había otro banco de nieve del que sobresalían una mano con los dedos ennegrecidos y una cabeza que me devolvía la mirada con ojos congelados , relucientes bajo la luz del sol. Escogí aquel sitio con la esperanza de que me tomasen por otro cadáver si me veían. -¿Quiénes? -El agente Jacques Artois y James Crusher. había oído hablar de ellos hacía tiempo, pero logré que no se percataran de mi presencia. Artois le seguía la pista a Crusher, y éste se dedicaba a su pasatiempo favorito. Ya sabe. -Nunca los había mencionado -comentó el doctor levantando la vista de su cuaderno. -A Crusher le encanta reventar cosas. A la vieja usanza, con dinamita. Las enciende con un puro. Ahora que lo pienso, es un topicazo. Artois intenta detenerlo. Resumiendo, Artois tenía la mano sobre su cuarenta y cuatro. Crusher apretaba un puro encendido entre sus dientes, tenía un cartucho de dinamita en la mano, y lo sostenía con la mecha a escasos centímetros del puro.

El paciente miró hacia arriba y rió sin ganas.

-Uno de los cartuchos estalló de repente. Artois se puso a cubierto de un salto; Crusher y yo miramos a nuestro alrededor, pestañeando sin dar crédito a lo que pasaba. Se nos vino encima un aluvión de hielo y rocas -el paciente se mordió el labio intentando contenerse, pero no puedo-. Empecé a ponerme nervioso. Me ardían las orejas. Crusher jamás erraba en sus cálculos con los explosivos. Jamás. Y entonces lo vi, recortándose sobre el horizonte... -Aquí está a salvo -dijo el doctor. -vi dos cosas. Una luz y un pétalo de rosa, rojo como la sangre, surcado por infinidad de venillas negras y palpitantes, envuelto en aquella luz... -¿El sol? -apuntó el doctor. -No. El sol ya lo tenía muy visto; siempre estaba allí, pero nunca daba el calor que prometía. Le sorprendería lo que puede ocultarse en esa intenta luz. No, me refiero a la otra luz, la verde, la que brotaba como una fuente contra el cielo. Cerré los ojos, pero su fulgor se había abierto paso hasta mi mente, como cuando uno mira una luz brillante durante demasiado tiempo... sólo que en la oscuridad me susurraba en una lengua olvidada. Abrí los ojos y los susurros cesaron, pero la luz verde aún seguía allí, delante de mí, refulgiendo y eclipsando la propia luz del sol -en este momento se detuvo para señalar hacia arriba -. ¿La ve, doctor? Está ahí mismo. Viene a por nosotros.

El paciente puso los ojos en blanco y le brotó espuma por la comisura de los labios. El terapeuta continuó escribiendo.

Parte 5 - El camino al ritual

Phoebe Kotas salió de la taberna clandestina, se echó al abrigo de pieles al hombre y aspiró una reconfortante bocanada de la fresca brisa marina del mar Egeo. Por bochornoso que fuera su ajustado vestido de chica moderna, había cumplido su cometido. Aquella noche había conseguido información esencial que le permitiría frustar el ritual de Bellephar.

Captó su atención un ruido procedente del otro lado de la calle, algo entre un gruñido y una tos, seguido del ritmico golpeteo de madera contra piedra. Phoebe sacó su revólver de la pistolera que ocultaba en su enorme abrigo. Dejó caer la prenda y apuntó con su arma hacia la siniestra figura (¿una persona quizá?) parcialmente oculta en las sombras. ¿Le estaba haciendo señas? De ser así, ¿debía acercarse? ¿Podía permitirse el lujo de no hacerlo? Tenía que llevarle a Alexander la información que había obtenido: por otro lado, a veces uno tiene que arriesgarse si espera ganar algo.

Phoebe fue incapaz de resistirse y cruzó la calle. Cuando sus ojos se habituaron a la penumbra, vio que la figura era una anciana encorvada y menuda que se apoyaba sobre un bastón casi tan nudoso como ella misma. Al aproximarse a ella, la anciana volvió a hacerle señas y se adentró aún más en las sombras. parecía dejar tras de sí un rastro de oscuridad que se arrastraba y retorcía por el suelo. Phoebe tragó saliva. Debería dar media vuelta. Pero siguió avanzando.

El rastro de oscuridad la condujo por diversas callejuelas. Por más prisa que se daba, Phoebe no conseguía alcanzar a la anciana.

Finalmente el rastro terminó en un edificio. El gran arco de entrada estaba custodiado por lo que antaño habían sido dos estatua idénticas. Una de ellas aún se conservaba intacta, era un enorme perro bicéfalo. De la otra sólo quedaba un montón de escombros, aunque una de sus cabezas seguía entera. Yacía sobre el suelo, inclinada, y su pétrea mirada se clavaba en Phoebe como si le recriminara no haber llegado antes para salvarla. Entre ambas estatuas se disipaban los últimos vestigios de aquella purpúrea neblina que la había guiado hasta allí.

-No -musitó Phoebe, echando a correr hacía el edificio, en su carrera pisó un marchito pétalo de rosa, ya reseco y sintió un hormigueo en la piel cuando atravesó los últimos retazos de la bruma. púrpurea-, No. No. No.

Irrumpió en un amplio patio interior, y ahogó un grito.

En el suelo había un pulsante estanque de negra energía ultraterrena rodeado de cadáveres destripados. Una criatura ajena a este mundo salió arrastrándose del ondulante estanque. Una de sus bulbosas cabezas tenía más ojos de lo que ninguna criatura debiera necesitar, y la otra estaba provista de un hocico alargado y escamono con una lengua que chasqueaba tanteando el aire. Aquellos fueron los detalles que alcanzó a discernir Phoebe antes de que la criatura desviara su atención hacia ella.

-No -repitió mientras la criatura daba un paso hacia ella.

Las carcajadas de la anciana resonaron por todo el patio, y del pecho de la criatra brotó un profundo estertor que paralizó de terror a Phoebe.

-No. No. No.

Pero sus protestas fueron en vano.

Parte 6 - Cuenta atrás

-Vaya, esto sí que es una sorpresa -dijo una voz áspera tras la oreja derecha de Marcus Jamberg.

Marcus tenía cronometrado hasta el último segundo; tanto, que aún debían sobrarle al menos otros dos minutos para reventar la caja fuerte y largarse antes de que llegase aquel hombre. Pero se equivocaba. Marcus se tensó al notar algo puntiagudo que le pinchaba el costado a la altura del riñón derecho y otro objeto más frio que se deslizaba junto a su oreja izquierda. Se le hizo un nudo en la garganta. En la bruñida superficie de la caja fuerte pudo ver el reflejo de un hombre sonriente. Los dos únicos detalles que pudo ver con claridad fueron su amplia sonrisa y las gafas rojas. El resto del reflejo aparecía distorsionado; bajo la tenue luz de la habitación parecía que el hombre tenía dos pozos negros e insondables en lugar de ojos.

-Siga, por favor.

Marcus serenó el temblor de sus dedos y se dispuso a descifrar la combinación de la caja fuerte. giro a la derecha. CLICK. Cerca. Giro a la izquierda. CLICK. Más cerca. Otra vez a la derecha. CLICK. Marcus se detuvo.

-¿Está esperando algo? -preguntó el hombre.

Marcus parpadeó, sorprendido de que el hombre no lo hubiera matado. Abrió el cierre y la caja se abrió con un chasquido liberando el aire rancio de su interior como el suspiro de un amante.

-Y ahí la tenemos -espetó la voz-. Eche un vistazo.

Marcus escudriñó el interior, grabando en su memoria la imagen de lo que contenía. La máscara descansaba sobre un cojín de terciopelo blanco. Su superficie metálica estaba deslustrada; quizá fuese de oro. ¿Quién podía tener tan descuidado un objeto de esa valor?. Tanto daba; después de búsqueda y no pocos delitos cometidos, por fin tenía ante sus ojos la máscara de Rakinui.

El hombre amartilló la pistola que sujetaba tras la oreja de Marcus.

-Las manos en los bolsillos -susurró.

Marcus obedeció con dificultad. Había tocado la mayoría de los artefactos antiguos de origen desconocido que había visto, y quería hacer lo mismo con aquella máscara. Pero nunca lo conseguiría, y todavía le quedaba na larga lista de objetos que ver.

-Qué interesante -señaló el hombre con su áspera voz.

marcus sintió que la pistola se alejaba de su oreja. Una mano pasó junto a su rostro. El color de su piel no se asemejaba a ninguno que él hubiera visto jamás. La manga de la que sobresalía era gris, una tonalidad muy sólida e intensa que contrastaba con su pálida carne. Los dedos de aquella mano sacaron algo de debajo de la máscara; un pétalo de rosa, rojo sangre, con los bordes negros y marchitos curvados hacia dentro.

-Sin duda estará muy interesada en esto.

La mano retrocedió suavemente, llevándose consigo el pétalo de rosa. Luego volvió al interior de la caja fuerte, recogió la máscara de Rakinui y se retiró otra vez.

-Cuente hacia atrás desde cent. Luego podrá irse. -¿No me va a matar? -Oh, no -respondió divertida la voz, a punto de estallar en carcajadas-. Quiero que le diga al doctor Marama Riwhi que no volverá a ver su valiosa máscara.

Marcus empezó a contar. Cien... noventa y nueve... noventa y ocho.... cuando iba por setenta y siete la voz habló de nuevo, esta vez desde la otra punto de la habitación.

-No espera mucho cuando llegue al cero. No tardará en venir más gente interesada en la lanza, gente que sirve a potencias que van más allá de su comprensión. Y no les va a gustar ver que no está.

Marcus pensó en su lista y contó más deprisa.

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