El Reparador de Reputaciones

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Detalle
Título: El Reparador de Reputaciones
Título original: The Repairer of Reputations
Autor: Robert W. Chambers
Fecha creación: Noviembre 1920
Fecha publicación Mayo 1922
Primera publicación The King in Yellow
Colaboradores: No

Tabla de contenidos

Primer párrafo

A fines del año 1920 el gobierno de los Estados Unidos había prácticamente completado el programa adoptado durante los últimos meses de la administración del presidente Winthrop. El país gozaba aparentemente de tranquilidad. Todo el mundo sabe cómo se solucionaron las cuestiones de Aranceles y Trabajo. La guerra con Alemania, consecuencia de que ese país invadiera las islas de Samoa, no dejó cicatrices visibles en la república, y la ocupación temporaria de Norfolk por el ejército invasor había sido olvidada en la alegría de las repetidas victorias navales y el ridículo apremio de las fuerzas del general von Gartenlaube en el estado de Nueva Jersey. Las inversiones cubanas y hawaianas habían dado un beneficio de un ciento por ciento y bien valía el territorio de Samoa su costo como estación de aprovisionamiento de carbón. El estado de defensa del país era estupendo. A todas las ciudades costeras se les había suministrado una fortificación en tierra; el ejército, bajo la paternal mirada del Personal General, organizado de acuerdo con el sistema prusiano, había aumentado a 300.000 hombres con una reserva territorial de un millón; y seis magníficos escuadrones de cruceros y acorazados patrullaban las seis estaciones de los mares navegables, dejando una reserva de energía holgadamente adecuada para el control de las aguas territoriales. Los caballeros del Oeste por fin tuvieron que reconocer que era necesario contar con un colegio para la formación de diplomáticos como es necesaria una escuela de derecho para la formación de abogados. En consecuencia, ya no nos representaron en el extranjero patriotas incompetentes. La nación era próspera. Chicago, por un momento paralizada después del segundo gran incendio, se había levantado de sus ruinas, blanca y imperial, y más hermosa que la ciudad blanca que se había construido como juguete en 1893. En todas partes la buena arquitectura reemplazaba la mala y aun en Nueva York un súbito anhelo de decencia había barrido una gran parte de los existentes horrores. Las calles se habían ensanchado y se pavimentaron e iluminaron de manera adecuada, se plantaron árboles, se abrieron plazas, se demolieron las estructuras elevadas y se hicieron rutas subterráneas para sustituirlas. Los nuevos edificios gubernamentales y cuarteles eran espléndidas piezas arquitectónicas y el prolongado sistema de muelles de piedra que rodeaba por completo la isla se convirtieron en parques que resultaron un don de Dios para la población. El subsidio del teatro y la ópera estatales produjo su propia recompensa. La Academia Nacional de Diseño de los Estados Unidos no difería de las instituciones europeas de la misma especie. Nadie envidiaba al secretario de Bellas Artes, ni su posición en el gabinete ni su ministerio. El secretario de Forestación y Preservación de la Fauna lo pasaba mucho mejor gracias a un nuevo sistema de Policía Montada Nacional. Habíamos obtenido provecho con los últimos tratados celebrados con Francia e Inglaterra; la exclusión de los judíos nacidos en el extranjero como medida de autopreservación nacional, el establecimiento del nuevo estado negro independiente de Suanee, el control de la inmigración, las nuevas leyes sobre la naturalización y la gradual centralización del poder en el ejecutivo fueron todas medidas que contribuyeron a la calma y la prosperidad nacionales. Cuando el Gobierno solucionó el problema indio y escuadrones de una caballería de exploradores indios con sus trajes nativos reemplazaron a las lamentables organizaciones sumadas a regimientos reducidos al mínimo por un ex secretario de Guerra, la nación suspiró con profundo alivio. Cuando, después del colosal Congreso de Religiones, el fanatismo y la intolerancia quedaron sepultadas y la bondad y la tolerancia empezaron a unir las sectas contendientes, muchos creyeron que había llegado el milenio de felicidad y abundancia, cuando menos en un nuevo mundo, que después de todo es un mundo de por sí.

Resumen (contiene spoilers)

La historia nos sitúa en la ciudad de Nueva York en el año 1920, es decir 25 años en el futuro según la publicación de la historia. La historia es contada desde el punto de vista de Hildred Castaigne, un joven cuya personalidad ha cambiado drásticamente desde una herida en la cabeza causada por la caída desde un caballo. A raíz de ese accidente fue internado en un asilo y diagnosticado como loco por el Doctor Archer

Tal y como es narrado por Hildred Castaigne, Estados Unidos están en un período prospero. Se han mejorado las infraestructuras, ha surgido una nueva élite aristocrática ha reducido la influencia de la inmigración. El suicidio se ha legalizado, llegando a la construcción de las "Camaras Letales" en ciudades y pueblos.

Mientras estaba convaleciente Hildred lee El Rey de Amarillo, una obra de teatro prohibida en todos los paises que perturba gravemente a aquel que lo lea. El que era una vez un diletante afable se convierte en un recluso excéntrico que se pasa el dia estudiante minuciosamente libros y mapas antiguos, y que se relaciona con un personaje aún más excentrico señor Wilde (personaje cuya profesión da nombre al relato).

Wilde afirma ser el arquitecto de una gran conspiración y que mediante chantaje e influencia tiene bajo sus ordenes poderosos hombres cuya reputación ha sido salvada de algún escándalo. Hildred espera que, con la ayuda de Wilde, sea admitido como el último descendiente de la Dinastía Imperial de América, de la que según Wilde desciende Hildred desde un reino que se encuentra en las Hiades. Sin embargo, Hildred percibe que su primo Louis se encuentra antes que él en la línea de sucesión, y planea forzar a la abdicación de Louis para poder reclamar el trono.

Louis cree que Hildred es mentalmente inestable, y con humor acepta la abdicación, pero se preocupa cuando Hildred insste en que no podrá casarse con su amada, Constance Hawberk. Hildred sorprende a Louis aceptando que ha matado al Doctor Archer y a Constance Hawberk. Cuando Hildred regresa corriendo al apartamento del Señor Wilde, se encuentra a Wilde degollado por su propio gato. Lo que arruina sus planes de conquistar los Estados Unidos mediante la conspiración de Wilde. La policía llega, y Constance Hawberk llora mientra Robert W. Chambers es arrestrado. No se sabe si Hildred ha cometido alguno de los asesinatos o no.

Detalles

El Reparador de Reputaciones es una historia corta publicada por Robert W. Chambers en la colección The King in Yellow en 1895.

Robert W. Chambers produjo esta novela en un estilo que posteriormente se conoce como "anti-historia". Se trata de una obra de ficción en la que el lector duda de cada detalle que el narrador presenta. Esta situación queda patente en un momento en el que Hildred Castaigne afirma guardar una corona imperial en una caja fuerte, mientras que Louis Castaigne lo describe como una diadema de latón en una caja de galletas.

Una vez que el lector asume la idea de que Hildred Castaigne está loco, todo hecho narrado queda en tela de juicio del lector. La participación de Louis en un desfile de estilo prusiado, ¿puede tratarse de una patrulla de policía?, las cabinas de suicidio ¿entradas de metro o cabinas telefónicas?, quien atacó a Wilde fue el gato o el propio Hildred Castaigne

  • Fragmento. Mensión a Hastur

La hora había llegado, y,la gente conocería al hijo de Hastur y todo el mundo se inclinaría ante las Estrellas Negras que penden en el cielo sobre Carcosa

Durante mi convalecencia había comprado y leído por primera vez El Rey de Amarillo. Recuerdo que después de haber leído el primer acto pensé que era mejor no seguir adelante. Me puse en pie y arrojé el libro al hogar; el volumen dio contra la rejilla y cayó abierto a la luz del fuego. Si no hubiera tenido un atisbo de las palabras de apertura del segundo acto, jamás lo habría terminado, pero cuando me incliné, para recogerlo, fijé los ojos en la página y, con un grito de terror, o quizá de alegría, tan intenso era el sufrimiento de cada uno de mis miembros, lo arrebaté de los carbones y me arrastré tembloroso a mi dormitorio donde lo leí y lo releí, y lloré y reí y temblé presa de un horror que todavía me asalta a veces.

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